domingo, 9 de octubre de 2011

Sonoro fracaso

Sus primeras bromas fueron recibidas con total indiferencia y sólo el carraspeo nervioso de una garganta seca le demostró que no le habían mentido, que de verdad había alguien escuchando. Durante el intervalo tenso que interrumpió su narración, trató de imaginar a su anónimo espectador; un hombre, a decir por la violencia del ataque de tos que le sobrevino; de rígido carácter, si el suspiro que pudo escucharle era, como él asumió de inmediato, de pura impaciencia. Tal vez le acompañara una mujer, quizás joven, medró, recuperando toda la inseguridad que su aspecto insignificante le procuraba. De pronto recordó aquellas otras experiencias previas de pública humillación, una de las primeras al frente de una orquesta de flautas desbocadas (curioso calificativo para un instrumento de viento) que nunca debieron comenzar y nunca supieron donde finalizar. La estructura de la obra maldita, en mala hora compuesta a matacaballo bajo la amenaza maníaca de su profesor de música, no ayudó al necesario entendimiento entre solistas (tal debieron considerarse cada uno de sus talentosos compañeros) y director (honor que, para su desgracia, le correspondió en dignísimo ejercicio de sacrificio personal). En aquella ocasión, toda la autoridad de su efímero y ficticio poder duró el tiempo que tardaron en abandonar el escenario, una vez que el último de sus amiguetes decidió dejar de tocar (emitir pitidos más o menos disonantes) mucho más tarde que él cesara de agitar los brazos en frenético arrebato de talento artístico. Las risas compasivas de sus padres y los cínicos aplausos de sus competidores amenizaron el paulatino, interminable final y la retirada ignominiosa que siguió.

A Dios gracias no se encontraba allí para hacer música (aquella vocación quedó truncada para siempre) sino para contar historias. Tragó saliva, apagando el ardor que le consumía las entrañas. Deseó no haberse equivocado cuando recordó que había comprobado que no llevaba la bragueta bajada e imaginó que, joven o madura, la mujer del hombre serio estaba deseando, como todos los demás, que retomara el hilo de sus relatos. Entonces no tuvo más remedio que continuar…

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