El reo despertó con la sensación de que algo era diferente, con un regusto de optimismo que se resistió a abandonarle aun cuando se situó en el alba del día en que había de cumplirse su sentencia.
Alzó una mano para restregarse los ojos y el peso del grillete le resultó liviano, suave el roce áspero del metal roñoso.
La noche anterior había caído rendido, enredado en un maremagnum de dudas, odio y frustraciones que fue serenándose en un sueño apacible y aquel plácido despertar. Apenas sin esfuerzo se puso en pie y dos pasos hacia la puerta de su celda bastaron para desprender las cadenas que le sujetaban al muro de piedra.
Antes siquiera de empujarla, supo que la puerta estaba abierta y en nada le extrañó hallar el corredor vacío y en absoluto silencio. Caminó despacio, libre de apremios y de anhelos.
Con una alegría discreta que era más un alivio casi avergonzado, el guardia alcanzó el final del pasillo y salió al patio donde esperaba el imponente patíbulo. Lo contempló con el recelo justo de lo que ya no habría de ser y se acercó con paso firme y decidido.
El vacío que le rodeaba le atizó una responsabilidad que venía perfilándose en su espíritu hasta entonces indeciso y pusilánime y, al poner pie en el último escalón, se vió por fin capaz de cumplir con su deber.
El sudor se le enfrió en la cabeza al quitarse la capucha. El verdugo soltó el mango de madera y se observó las manos por un instante. Habían dejado de temblar y el sosiego se le extendía por todo el cuerpo como un bien incurable. Descendió del cadalso consciente de que no iba a volver jamás, con la certeza propia de quien se sabe al mando de sus juicios y sus actos.
Al abandonar el penal el ministro pudo saborear todo el placer de haberse otorgado el más merecido de los indultos.
jueves, 29 de octubre de 2015
viernes, 16 de octubre de 2015
Una visión fugaz
Cierro los ojos y escucho la frescura del chorro del manantial tal y como lo recuerda mi memoria perturbada. El granito musgoso de la fuente se proyecta en la ermita sobre el cerro consagrado y salpica de berruecos la vaguada bajo el mismo cielo inmaculado, cómplice de bochornos y de heladas.
viernes, 21 de agosto de 2015
L
Como cada mañana evitó su propia mirada en el espejo pero se notó el rostro demacrado tras otra noche en vela torturado por esa doble culpa; la segunda del todo inesperada y, por ende, mucho más aterradora. Había vuelto a obligarse a ponerse en pie, de camino a otro día de falsa rutina, para mantener apariencias de total normalidad; idéntica razón por la que había resistido la casi inflexible presión de su familia por que regresara a casa tras la muerte del segundo muchacho.
Sonrió con amargura al recordar a Romero y tuvo que volverse para evitar un nuevo arrebato de angustia incontrolada. Las líneas de luz que se colaban por la persiana dibujaban una penumbra familiar que empezaba a resultarle también hostil, como todo alrededor. Hasta entonces y desde la muerte de Antonio, su cuarto había sido el único lugar donde se había sentido seguro; lejos de miradas y oídos indiscretos al acecho de un gesto o palabra delatores. Ahora, sin embargo, no le preocupaba tanto lo que pudieran sospechar sino lo que llegaran a hacer con él.
Imaginó el pasillo, oscuro aún, salpicado de puertas cerradas a cal y canto y se sintió a merced del mismo cruel destino que había dado cuenta de los otros dos. Le percibió tiznando el brillo del suelo de mármol al arrastrarse sigiloso y la sintió junto a él, mirándole de frente y por detrás, envolviéndole y llenándole, dispuesta a ejecutar la sentencia que él mismo había sido incapaz de asumir y llevar a cabo.
Por un momento creyó que en verdad había llegado su fin y un repentino alivio vino a suavizarle el tormento.
Casi pudo verla envuelta entre las sábanas de su cama, como tantas veces la había imaginado, pero un pudor inesperado la disipó en un recuerdo de tarde de verano que iba deformándose con el paso de los meses. Alicia parada en el camino de tierra, haciéndose visera con la mano para poder verle ante la inminente puesta de sol. Aunque supo que nunca le había sonreido de tal modo, aceptó aquel nuevo ardid de su memoria y sonrió de vuelta a las sombras tristes de la habitación, hasta que las lágrimas lo enturbiaron todo y todos marcharon dejándole solo otra vez. A la espera de lo inevitable.
Sonrió con amargura al recordar a Romero y tuvo que volverse para evitar un nuevo arrebato de angustia incontrolada. Las líneas de luz que se colaban por la persiana dibujaban una penumbra familiar que empezaba a resultarle también hostil, como todo alrededor. Hasta entonces y desde la muerte de Antonio, su cuarto había sido el único lugar donde se había sentido seguro; lejos de miradas y oídos indiscretos al acecho de un gesto o palabra delatores. Ahora, sin embargo, no le preocupaba tanto lo que pudieran sospechar sino lo que llegaran a hacer con él.
Imaginó el pasillo, oscuro aún, salpicado de puertas cerradas a cal y canto y se sintió a merced del mismo cruel destino que había dado cuenta de los otros dos. Le percibió tiznando el brillo del suelo de mármol al arrastrarse sigiloso y la sintió junto a él, mirándole de frente y por detrás, envolviéndole y llenándole, dispuesta a ejecutar la sentencia que él mismo había sido incapaz de asumir y llevar a cabo.
Por un momento creyó que en verdad había llegado su fin y un repentino alivio vino a suavizarle el tormento.
Casi pudo verla envuelta entre las sábanas de su cama, como tantas veces la había imaginado, pero un pudor inesperado la disipó en un recuerdo de tarde de verano que iba deformándose con el paso de los meses. Alicia parada en el camino de tierra, haciéndose visera con la mano para poder verle ante la inminente puesta de sol. Aunque supo que nunca le había sonreido de tal modo, aceptó aquel nuevo ardid de su memoria y sonrió de vuelta a las sombras tristes de la habitación, hasta que las lágrimas lo enturbiaron todo y todos marcharon dejándole solo otra vez. A la espera de lo inevitable.
miércoles, 22 de julio de 2015
Plenamente
Camino. Siento cada paso lento
posarse en el sendero que me
guía,
mis rodillas ligeras todavía,
la espalda recta, rítmico el
aliento.
Percibo cada aroma en cada
viento,
cada rayo de sol del mediodía,
el ruido y el silencio en
armonía,
cada punto de luz del firmamento.
Lo veo todo sin mirar a nada,
detengo mil palabras en mi mente;
la realidad se torna coherente,
perfecta, irracional, armonizada
y me arrebata de pasión calmada,
de exigua plenitud
intrascendente.
jueves, 16 de julio de 2015
Por su propio peso
La sensación de caer era bien
distinta a cuantas antes había experimentado y, desde luego, mucho más
desagradable que su opuesta. Hasta entonces sólo había ascendido; a ritmos
variables según los medios que le llevaran, mas siempre hacia arriba, muy
derecho, sin trabas ni sobresaltos.
Por eso le sorprendió aquel
repentino cambio de tendencia.
Lo primero que echó en falta fue
ese apoyo suave, casi imperceptible bajo las nalgas y, de inmediato, el peso
desconocido de sus piernas pendiendo como inertes en el vacío. Tal vez también
por la sorpresa o la misma gravedad, sus intestinos perezosos despertaron
alarmados desatando una urgencia que a duras penas logró controlar mientras
buscaba algo a lo que asirse por no irse de tal manera. Mas nada de cuanto le
rodeaba parecía más proclive que él mismo a mantenerse en el aire y alguno de
aquellos pertrechos empezaron a caer sin aguardarle. Los observó alejarse con
mucha más rabia que nostalgia, apenas preocupado por su creciente falta de
impulso. A la fuerza, pensó, había de ser algo pasajero, un error ajeno que al
instante sería subsanado. Pero al cabo de unos segundos se detuvo por completo
en un punto intermedio entre el cenit y el fondo aborrecible del que había
partido.
...Un efímero instante suspendido en
la más absoluta soledad...
Justo antes de emprender el
regreso, desplegó unas alas magníficas e inútiles que jamás supo como usar.
jueves, 2 de julio de 2015
Efectos del calor
Otra mañana de ventanas abiertas.
Un fulano subasta carne para barbacoa en un mercado cercano. Si me abstraigo de
su inglés de Liverpool, diría que
escucho el soniquete machacón del colchonero lanero; un tanto más sutil, eso sí,
y sin Georgi Dann de música de fondo.
Nostalgias de afiladores y megáfonos
pregonando el paso fugaz del Mayor Espectáculo del Mundo. Ese que plantaba su
carpa en el solar tras la estación de autobuses, donde por un par de días
languidecían fieras famélicas tras los barrotes sucios de sus jaulas; leones que
asustaban menos que los chuchos que, por aquel entonces, campaban a sus anchas
por toda la ciudad, pero que aún alimentaban nuestras fantasías en blanco y
negro de Primera Sesión. Johnny Weissmuller metido en la centrifugadora,
abrazado a un cocodrilo de trapo o cabalgando frenético a lomos de un
rinoceronte desbocado mientras le daba lo suyo con aquel cuchillito del todo a
cien. Nada que ver con la “albaceteña” que Curro Jiménez se sacaba del fajín;
una faca imponente que a nosotros nos compraban de plástico en el Kiosco. El primo
tenía una pequeñita de verdad que usábamos para afilar palitos mientras esperábamos
que el sol dejara de picar sentados a la sombra de un árbol a cierta distancia
de donde las madres retiraban las viandas de la mesa plegable de vuelta a las fiambreras
y los bolsos nevera. Hasta dos horas y media, según la manías del padre, tío o
tía de turno, había que esperar para meterse en el río, que se le temía más a
los cortes de digestión que a cualquier nublao de aquellos que solían
organizarse ya de tarde a zambombazos luminosos y goterones de lluvia caliente.
De vuelta a casa, parados en el camino de tierra con las ventanillas bajadas,
aguardando que pasara el tren y se alzara la barrera, la noche había quedado
fresquita y las cigarras dejaban por fin que los grillos siguieran con la
cantinela. Casi dormidos alcanzábamos un colchón y una sábana arrugada donde
caer rendidos tras otra jornada eterna y victoriosa que había de
repetirse inalterable hasta que en Septiembre forráramos los libros de texto. Día
tras día, noche tras noche.
El mercado ha recogido algo más
temprano de lo habitual y la temperatura se ha desplomado a valores más propios
de esta isla. Epílogo de una extraña mañana y una noche asfixiante de soñar pesado,
casi doloroso.
viernes, 12 de junio de 2015
Un nudo en el estómago
Llegado a este punto me pregunto
de qué demonios estoy hablando; llegado cuándo, para cuánto, ¿con intenciones
de seguir? O más bien aparte, tal vez final o simplemente suspensivo.
Quizás debería detenerme y mirar
alrededor. Hacer equilibrios sobre el hilo de mi madeja, sujeto al ovillo que aún
queda por desenrollar. Abrumado por esta capacidad innata de no agotarse, me
pregunto dónde, entre la maraña, se oculta el cabo final (o inicial según se
mire) y, en no hallando respuesta, me imbuyo de una inquietud existencial que
me anima a reanudar la marcha.
martes, 9 de junio de 2015
De pesca
“Usted, ¿qué sabe hacer?”
El paisano meneó la cabeza con
una sonrisa bobalicona.
“Póngase ahí.”
Le indicó el final de una fila larguísima
y, dócil, fue a colocarse tras el último de los que allí esperaban.
“Psst.”
Se volvió muy despacio con
absoluto desinterés.
“¿Sabes qué pasa?”
El joven que acababa de ponerse
tras él mostraba la misma inquietud que consumía al resto de los que componían
aquella y cada una de las colas.
Al no obtener respuesta se
inclinó hacia adelante forzándole a hacerse a un lado y tocó el hombro del que
les precedía.
“¿Qué les ha dicho?”
Al hombre que les miró con
expresión aturdida la corbata le daba un aspecto casi solemne entre la general
mediocridad de la muchedumbre. El tono impostado de su voz sonó sin embargo
demasiado inseguro al responder:
“Puedo hacer de todo.”
El joven no pudo disimular una
mueca de ansiedad. Volvió su mirada nerviosa hacia quienes seguían dirigiendo al
personal como si considerara la posibilidad de corregir su respuesta, pero
decidió permanecer en la fila que continuaba creciendo por detrás. Insistió, sin embargo, volviendo
a reclamar su atención, esta vez tirándole de la chaqueta y el hombre disimuló
una obvia sonrisa al escucharle.
“Yo les dije que no estaba
seguro.”
Casi al instante atendieron ambos
al paisano que conservaba la sonrisa absurda alternando miradas entre los dos
hombres que le flanqueaban. Había chasqueado la lengua un par de veces y posaba
sus manos en los hombros de los otros dos. En un alarde de mímica extrema
les guiñó un ojo a cada uno y con un histriónico ademán de su cabeza les invitó
a seguirle fuera de allí.
El del traje respondió con un
mohín casi ofendido y de inmediato le dio la espalda, mientras el muchacho
sujetaba la mano que aún descansaba en su hombro. De no haber sido porque en aquel
preciso instante la cola se puso en marcha unos metros por delante, habría
marchado en pos de aquel personaje que se escabulló entre la multitud como un pez minúsculo de la inmensa red que
estaba a punto de arrastrarles.
viernes, 22 de mayo de 2015
El Fisgón
Pese a su impecable sigilo, los pasos se detuvieron al posar él la nariz en la puerta, como si hubieran percibido su mirada oculta en la cerradura. Tentado estuvo de marcharse, pero se sintió incapaz de una retirada tan silenciosa y prefirió aguardar conteniendo la respiración sin mover un solo músculo.
La penumbra de la tarde solamente iluminaba la parte del cuarto que quedaba a su derecha y un polvo pesado enturbiaba la única visión posible; apenas unos metros de sombras hasta el sofá pegado a la pared donde seguía tendida, inmóvil y en silencio.
Su acompañante reanudó el parsimonioso desfilar ante la puerta y a cada vuelta le pareció percibir un aroma de sudor rancio que fue ocupándole el aliento hasta provocarle una arcada.
Se apartó un instante, cubriéndose la boca, y a respiraciones profundas y dolorosas consiguió detener la nausea. Casi sin querer tuvo que recostarse hasta hallar sorprendente acomodo sobre unos cojines y, al cabo, creyó caer dormido por una eternidad que le pareció un suspiro.
Fueron los mismos pasos lentos los que le despertaron, más lejanos y más próximos. Resonaron con mayor claridad al mismo ritmo insistente e impasible.
La habitación estaba casi a oscuras. Apenas se vislumbraban siluetas sobre contrastes de grises sucios, difuminados en una atmósfera opresiva que le sujetaba poderosa. Libre aún de aquel letargo, su mirada buscó ansiosa y halló al fin (extrañamente brillante) el ojo por el que antes se había asomado. Estaba demasiado lejos, pero alcanzó a notar que la claridad de la diminuta hendidura parpadeaba y comprobó con desazón que el caminar volvía a detenerse en el punto mismo en que la noche era más negra.
Lenta, con un rumor de lamentos y gemidos, la mancha oscura se vino hacia él hasta que ya no vio nada.
La penumbra de la tarde solamente iluminaba la parte del cuarto que quedaba a su derecha y un polvo pesado enturbiaba la única visión posible; apenas unos metros de sombras hasta el sofá pegado a la pared donde seguía tendida, inmóvil y en silencio.
Su acompañante reanudó el parsimonioso desfilar ante la puerta y a cada vuelta le pareció percibir un aroma de sudor rancio que fue ocupándole el aliento hasta provocarle una arcada.
Se apartó un instante, cubriéndose la boca, y a respiraciones profundas y dolorosas consiguió detener la nausea. Casi sin querer tuvo que recostarse hasta hallar sorprendente acomodo sobre unos cojines y, al cabo, creyó caer dormido por una eternidad que le pareció un suspiro.
Fueron los mismos pasos lentos los que le despertaron, más lejanos y más próximos. Resonaron con mayor claridad al mismo ritmo insistente e impasible.
La habitación estaba casi a oscuras. Apenas se vislumbraban siluetas sobre contrastes de grises sucios, difuminados en una atmósfera opresiva que le sujetaba poderosa. Libre aún de aquel letargo, su mirada buscó ansiosa y halló al fin (extrañamente brillante) el ojo por el que antes se había asomado. Estaba demasiado lejos, pero alcanzó a notar que la claridad de la diminuta hendidura parpadeaba y comprobó con desazón que el caminar volvía a detenerse en el punto mismo en que la noche era más negra.
Lenta, con un rumor de lamentos y gemidos, la mancha oscura se vino hacia él hasta que ya no vio nada.
domingo, 3 de mayo de 2015
Ruth Rendell (In Memoriam)
Hace un par de noches, tan pronto
escucharon el estruendo en el ático y el inspector abandonó su escondite en pos
de Quadrant, supe que estaba ante una historia fuera de lo común; de aquellas
que, de repente, como si de un hechizo se tratara, te sujetan por sorpresa con
un puñado de palabras despertando miedos atávicos imposibles de conjurar. “From
Doon with Death”, página ciento treinta y cinco, apenas quince para el final.
Unos minutos más tarde cerraba el libro con la confirmación de haberme por
fin encontrado con el genio de una gran dama sin saber que, tal vez, fuera ella
quien me alcanzó en su paso discreto a la eternidad.
viernes, 24 de abril de 2015
La Señal
Al tomar a la derecha por "Grange Road" la melodía se había suavizado ilustrando memorias de lágrimas furtivas en lo oscuro de un cine atestado, compungido por la inminente partida de aquel alien cabezón y los pucheros de la niña que sostenía la maceta. Imagenes imprescindibles de un tiempo en que los personajes ficticios parecían suficiente para atenuar los sinsabores de una monótona existencia. Tal vez sin ellos habría yo sucumbido a esos miedos corrosivos que acechaban entre pupitres y bancos de Iglesia.
Largo tiempo ya olvidados, nuevas visicitudes entorpecen este mismo caminar y, por más que busco en películas y libros, no hallo héroes comparables a aquellos personajes ingenuos, desprovistos del brillo artificial de los tiempos modernos, torpes y mortales, incapaces tal vez de afrontar avatares más propios de esta edad.
Resignado, pues, a tan triste orfandad e imbuido de una pesada nostalgia de bandas sonoras, enfilé calle abajo hacia la autopista.
John Williams, ET y un camión que asciende en sentido contrario; su nombre el de un viejo conocido: Elliott.
miércoles, 18 de marzo de 2015
Niebla
Niebla; lento escapar de la
mañana
entre blancos murmullos de
silencio.
Almas extrañas desgarrando el
cielo
en jirones de gélidas mortajas.
Se mezclan con las sombras los
fantasmas
de todos los olvidos del recuerdo
y vuelven los amigos que se
fueron,
buscando silenciosos sus moradas
Invierno; sueños grises
susurrados
en medio de un vacío dormitorio.
Memorias de cristales empañados,
de tardes prematuras y demonios
contritos incubados en el odio,
flotando entre la niebla sin
descanso.
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