lunes, 28 de septiembre de 2020

Un vaquero y un fantasma

El brazo del soldado a punto de lanzar la granada quedó pegado a la hojita de plástico pero el aspecto general de la batalla resultaba igualmente impactante, muy digno de cualquiera de los escenarios para mi siguiente fantasía; historias pergeñadas en horas robadas al sueño y puestas después en práctica por la inmensidad del salón de casa con mi hermana. Nunca como entonces disfruté de historia alguna, nunca las viví con aquel entusiasmo, aunque el trágico final de mis ejércitos (apaches y demás perdedores) fuera siempre el de la infame derrota. Muchas jalonaron el futuro que progresó como buenamente pudo a trancas y barrancas hasta este último entreacto de meses y estaciones, tal vez el más inquietante al que me enfrento. Por lo pronto, en esta deriva de incertidumbre e ineptitud, parezco más propenso al olvido que al aprendizaje, como si el declive empezara a ser al fin una realidad o lo que resta me lo sepa de antemano. Entre tanto, practico otro tipo de recreaciones, menos dadas a la épica y la ficción, donde el arrojo fingido de entonces no es siquiera necesario pues la derrota es del todo inevitable y la victoria resulta falsa, inmerecida. Si me paro a pensar se me llevan por delante, si echo a correr me quedo solo y hasta los detalles más insignificantes acaparan esencia de recuerdos que no fueron.

 

Si el tío Billy levantara la cabeza, enfundaría sus muñones en las cartucheras y, separando los pies de su base de plástico, se marcharía cabizbajo. Si el fantasma del Exín Castillos nos viera ahora, quedaría lívido para los restos y se refugiaría en su torreón de capirote rojo sin ganas de abandonar las sombras oscuras de los cuartos olvidados.

jueves, 20 de agosto de 2020

De recuerdos verdaderos

 Aún duele como entonces. No tan amenudo ni tan fuerte como les dolió a otros, aquellos protagonistas involuntarios que nos arrojaron a puñados, desvalidos, aterrados o en pedazos por telediarios de media tarde. Sonroja la desvergūenza de quienes ni siquiera les conocieron y poco saben de nosotros, las verdades que vienen imponiendo, los bálsamos que tratan de aplicarnos como veneno que no deja de emponzoñar. Enerva el manoseo nauseabundo de voceros y juglares mancillando su memoria. Desalienta la ignorancia, el candor, los remilgos de aquellos que reniegan del derecho a esta rabia impuesta pero ya para siempre legítima y propia.


Duele porque ya no matan pero aún siguen muriendo, cada día, en cada farsa, cada insulto y desafío. Duele contener todo el odio que encararon, conservar aquella paz que les quebraron a traición y sin sentido. Duele por honor, sin anestesia. Con el orgullo de quien, como otros muchos, preserva la memoria de sus propios ojos, de su propio oido, de sus propias tripas.

sábado, 25 de abril de 2020

El ratón culpable


Un ratón temeroso vivía en una madriguera gobernada con mano firme por una rata imponente. Cada vez que algo salía mal la rata no paraba hasta hallar un responsable y, cuanto más difícil era dar con él, más duro era el castigo.

Como casi nunca resultaba claro quien, de entre la multitud de roedores, provocaba cada fallo, el ratón temeroso empezó a sentirse culpable ante el mínimo percance y, por evitar mayor castigo, se declaraba responsable de inmediato.

El resto de los ratones, al saber que alguien más pagaría por sus errores, empezaron a relajarse y a descuidar su trabajo, así que al poco tiempo los fallos se multiplicaron y fueron agravándose.

Un día que la madriguera fue descubierta por las voraces comadrejas, la rata convocó a todos sus ratones y bramó por el culpable. De inmediato todos miraron al ratón cobarde que, al instante, volvió a admitir:

- Seguro que fui yo.

La rata le miró furiosa pero esta vez no le castigó.

- Me disgusta tu torpeza – le dijo – tanto como admiro tu valor. Ningún otro habría reconocido su culpa por un descuido tan grave.

Y, creyéndole en verdad el más valiente del grupo, decidió enviarle a parlamentar con las hambrientas comadrejas, que merodeaban alrededor tratando de hallar el modo de entrar en la madriguera.

El ratón cobarde no pudo negarse y temblando salió al  encuentro de sus enemigas, con la esperanza de que creyeran que allí sólo vivía él y que estaba tan enfermo que les haría daño al estómago si le devoraban.

Pero las comadrejas intuyeron que mentía y, al primero de sus gruñidos, el ratón les contó todo cuanto querían saber. Después y en un santiamén se le zamparon de un bocado y siguieron con todos los demás que hallaron escondidos en su guarida.


Cada cual ha de hacerse responsable de sus actos pero no de los de otros. Si asumes errores ajenos o les cargas tus culpas a los demás, acabarás pagando con creces.

miércoles, 1 de abril de 2020

Desde la cama

Enredadas en eternos atardeceres distancias insalvables aguardan tras la puerta del dormitorio. Oleajes acompasados con relojes de pared, playas vacías y pasillos abarrotados. Me avergüenzo de las ocasiones perdidas entre impotencia y nulidad. Los desiertos más cercanos eran aquellos que acechaban entre las sábanas y los mejores miedos los que anidaban en la mirada de los otros, multitud de desconocidos que comparten de pronto nuestras mismas inquietudes; risas histéricas con el gesto agrio de incertidumbre dictada a bandazos por veletas de nada fiar. Noches que transitan por lugares comunes, diminutos, de peligros cotidianos que, al cerrar los ojos, se disipan y desatan ventoleras que despliegan los espacios en paisajes inabarcables donde esconderse y soñar, ajenos a los augurios y las amarguras. Urge un despertar sereno en un lecho mullido, desperezarse a la luz de un templado amanecer que recuerde aquellos de la infancia, con los silencios propios de la vida rebosante que ya no se esconde pero escucha prudente los mensajes de las hojas y los pájaros, de las campanas que preceden al bullicio, dispuesta a regresar por sus fueros, libre al fin de ataduras y de males.