jueves, 27 de septiembre de 2018

Mi mejor tarjeta

Amenizado por los avatares de mi querida España y sus patéticos gerifaltes, entro en el aula ocupada ya a medias por compañeros puntuales como yo; antiguos escolares, desconocidos colegas ajenos a la efeméride, que llegan demasiado tarde al reparto de sugus.

Privado de mi momento de gloria, me consuelo con el anual guiño de Google y los mensajes que se acumulan en la pantalla del móvil.

Mientras garabateo estas líneas, me aleccionan sobre normas y deberes. Nos alertan de miserias y vilezas que de sobra y por desgracia conocemos y el cosquilleo infantil se envenena de tristeza y ansiedad justo hasta el momento en que recuerdo que lo traje.

Saco el sobre de la mochila y ni siquiera lo abro. Conozco de memoria esa carita pegada a la mía, su primera gran nevada y nuestro día perfecto en Florencia.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

El superviviente

Sintió la humedad pero permaneció inmóvil, la espalda pegada a la pared, sentado en el suelo en completa oscuridad. Ya no percibía el olor a pólvora pero el humo seguía quemándole los pulmones y los disparos aún retumbaban en sus oídos. Creyó haber escuchado lamentos no muy lejanos pero pronto cesaron o dejó de imaginarlos. Tan solo era consciente de su presencia, aún cierta entre el caos infernal, y la repentina calma que siguió. Saberse con vida resultaba más excitante de lo que hubiera imaginado aunque el miedo seguía sugiriendo otros lúgubres deseos.


Un soplo de aire que silvó por una grieta invisible enfrió el líquido de su pernera y tembló desvalido. Más arriba el calor rezumaba lento y placentero. Lo palpó y muy despacio alzó la mano tratando de observarla en la tiniebla; sólo una silueta difusa que prefirió no acercar más a su rostro y apoyó suave en el regazo.

Saboreó unos segundos de indiferencia ajeno al dolor que regresaba a punzadas hasta que volvieron las imágenes nítidas desprovistas sin embargo de la estridencia que las hacía insoportables. Gestos mudos de sorpresa, rictus de rabia repentina incapaces de responder siquiera con una lágrima. Calculó que algunos yacerían muy cerca y acertó a distinguir un par de bultos informes casi al alcance de su mano. Tal vez alguien siguiera con vida. Aquel pensamiento le produjo una intensa desazón. Sujetó el arma con renovada energía y consiguió arrastrarse hasta los cadáveres más próximos. Volvió a violentarlos sin pudor alguno en busca de un hálito escondido que halló al zarandear un cuerpo menudo, tal vez un muchacho; apenas un débil gemido que apagó el estruendo de la puerta al venirse abajo.

La hoja del machete brilló un instante alcanzada por el haz de una linterna.