miércoles, 12 de septiembre de 2018

El superviviente

Sintió la humedad pero permaneció inmóvil, la espalda pegada a la pared, sentado en el suelo en completa oscuridad. Ya no percibía el olor a pólvora pero el humo seguía quemándole los pulmones y los disparos aún retumbaban en sus oídos. Creyó haber escuchado lamentos no muy lejanos pero pronto cesaron o dejó de imaginarlos. Tan solo era consciente de su presencia, aún cierta entre el caos infernal, y la repentina calma que siguió. Saberse con vida resultaba más excitante de lo que hubiera imaginado aunque el miedo seguía sugiriendo otros lúgubres deseos.


Un soplo de aire que silvó por una grieta invisible enfrió el líquido de su pernera y tembló desvalido. Más arriba el calor rezumaba lento y placentero. Lo palpó y muy despacio alzó la mano tratando de observarla en la tiniebla; sólo una silueta difusa que prefirió no acercar más a su rostro y apoyó suave en el regazo.

Saboreó unos segundos de indiferencia ajeno al dolor que regresaba a punzadas hasta que volvieron las imágenes nítidas desprovistas sin embargo de la estridencia que las hacía insoportables. Gestos mudos de sorpresa, rictus de rabia repentina incapaces de responder siquiera con una lágrima. Calculó que algunos yacerían muy cerca y acertó a distinguir un par de bultos informes casi al alcance de su mano. Tal vez alguien siguiera con vida. Aquel pensamiento le produjo una intensa desazón. Sujetó el arma con renovada energía y consiguió arrastrarse hasta los cadáveres más próximos. Volvió a violentarlos sin pudor alguno en busca de un hálito escondido que halló al zarandear un cuerpo menudo, tal vez un muchacho; apenas un débil gemido que apagó el estruendo de la puerta al venirse abajo.

La hoja del machete brilló un instante alcanzada por el haz de una linterna.

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