jueves, 24 de octubre de 2013

XLVIII

La actitud indignada de la madre no mudó lo más mínimo (más bien al contrario) al identificarse el inspector y Andrés no tuvo más remedio que interponer una torpe disculpa y argumentar cierta urgencia que él mismo no era capaz aún de tomar en serio.

Un par de semanas atrás, la chica había ya eludido declarar, aduciendo problemas de salud y su reciente hospitalización estaba retrasando aún más su colaboración. De poco sirvió que se empeñara en aclarar que no pretendía interrogarla formalmente sino simplemente confirmar si, como proclamaba la que decía ser su íntima amiga, cierto compañero de su malogrado exnovio le había confiado una secreta infidelidad del muchacho. A la madre de Charo aquello vino a sonarle a velada acusación y de inmediato se posicionó a la defensiva, mentando a la desesperada abogados y denuncias varias.

Andrés evitó su mirada directa. Él mismo había insistido en forzar la cooperación de su hija en cuanto se supo de la tremenda humillación pública a la que había sometido al psicólogo tan solo unos minutos antes de que le abrieran la cabeza y le arrojaran al río. Unido a su ya conocida relación con la primera victima, aquello la convertía en principal sospechosa pero, dada la crisis de ansiedad que los acontecimientos le habían provocado y llevado al hospital, a sus superiores no les resultó apropiado apoyar su inmediata intervención y la posteriores, inequívocas y claramente fidedignas declaraciones de tres de sus amigas la exculparon con coartadas aparentemente definitivas que aliviaron la urgencia por ponerla ante la justicia.

“Señora”, consiguió interrumpir, “no estoy insinuando que su hija tenga que ver con la muerte del chico”.

El inspector se detuvo un instante al comprobar que la mujer callaba también. No quería desvelar su fuente, pero tal vez la madre pudiera a sí mismo aclarar sus dudas.

“Comprendo que no esté en condiciones de hablar conmigo y me marcharé sin molestarla”. El inspector consiguió relajar el gesto de la mujer. “Pero a lo mejor puede usted ayudarme a aclarar cierto asunto”.

La madre de Charo se sujetó los bordes de la chaqueta y se cubrió cruzando, tensa, los brazos sobre el pecho.

“Parece ser que Charo supo que Antonio estaba con otra chica”.

“Ya habían cortado cuanto se mató”.

El inspector pasó por alto la intención de la mujer por tratar de evitar hablar de asesinato.

“Al parecer se lo dijo otro muchacho de la residencia de Antonio”.

La mujer meneó la cabeza en un signo de frustración.

“Mira que se lo advertimos”.

“Que no era de fiar”, casi preguntó Andrés.

“Pero, como siempre, a nosotros ni caso”.

Al inspector le pareció oportuno dejar que meditara sus próximas palabras.

“Tuvo que venir un extraño a abrirle los ojos”.

Ella suspiró incómoda y pareció dar por concluida su declaración.

“Quizás ese extraño no dijera la verdad y sólo pretendiera perjudicar al otro”.

La mujer volvió a negar, esta vez convencida de que estaba en lo cierto.

“Muchas cosas hace bien…”, empezó. Y se detuvo con una duda corrosiva que la salida al pasillo de una enfermera que se dirigió hacia ellos, despejó de un plumazo.

“…pero mi hija es una mentirosa de lo más torpe. Cuando me confesó que andaba con otra y le sugerí que no sería la única, me juró que no era ese tipo de persona, que no tenía motivos para dudar ni para tenerle miedo”.

La enfermera se excusó al interrumpirles para informar que Charo estaba preparada para la visita. El inspector se apresuró a despedirse con un gesto leve de su cabeza que la mujer aceptó en silencio antes de seguir los pasos de la joven hasta la habitación de su hija.

lunes, 21 de octubre de 2013

¡Sí!

Pronombre personal, locución verbal o adverbial, nombre masculino y adverbio indispensable y notabilísimo para la vida misma. Palabra escueta cargada de conocimiento y seguridad, de confianza propia y atribuida, expresión de satisfacción sin igual, de soluciones al límite, garante de aceptación, conformidad o beneplácito, muestra de esperanza cercana a la certeza (lejos del condicional que la ausencia de tilde le otorgaría).

Qué placer leérselo en los labios a Nadal después de un punto prodigioso, recordárselo íntimo y sincero a mi esposa el día de nuestra boda, concederlo generoso, afirmarlo complacido, contagiarse de la pasión arrolladora de Guille Milkyway al oírselo exclamado y cantarlo nosotros con similar entusiasmo.  

Poco haría yo sin este vocablo mágico, conjuro para éxitos y arenga para aventuras por afrontar. Ojalá pueda pronto pronunciar un  sí rotundo por motivos inherentes a la razón de este blog. Entre tanto seguiré gritándolo tan fuerte como mi ánimo me lo permita.



miércoles, 16 de octubre de 2013

Desde tribunas y estrados

No vayas a creer en las fugaces ideas de los vientos.
Son como siempre serán: descaradas, caprichosas,
indecentes para viejos y profetas.
Son los que mueven al rencor las voluntades,
los que no callan en la noche,
los que golpean las puertas a compases sempiternos de tormentas.

No dejes de cuidarte de sus tientos
que tan pronto son caricias como fueron bofetadas,
ni les sigas sus discursos venturosos,
pues arengan a los mares y a los cielos
por gozar al ver las olas exaltadas
y las nubes inundando el firmamento.

No te dejes atrapar por sus aromas,
no escuches sus susurros sensuales,
ni desees volar llevado en brazos
de un ejército de brisas tentadoras.

No te dejes embaucar, que todo es un engaño.
fíjate, escucha como suena en las quebradas;
no vayas a creer que es sólo el viento
el que aúlla de dolor mientras ríe a carcajadas.


viernes, 11 de octubre de 2013

XLVII

“Entonces, ¿estás segura?”

“Completamente”.

El inspector inspiró profundamente y terminó de abrocharse la gabardina. Afuera llovía con fuerza. Hacía ya casi cinco meses de la muerte del primer chico y el curso académico empezaba a tocar a su fin. Ese era el límite que se había marcado para resolver aquellos dos crímenes pues, con la llegada del verano, los muchachos se desperdigarían de vuelta a sus casas y cualquier pesquisa se complicaría sobremanera. Por eso resultaba fundamental concretar sus conjeturas, que hasta el momento no pasaban de meras intuiciones, con alguna evidencia de peso.

No es que la revelación que acababa de conocer fuera una prueba definitiva, pero de ser cierta, al menos le orientaba hacia un sujeto determinado sobre el que, desde su primer interrogatorio, ya había él centrado especial atención y que, de acuerdo a los más recientes informes, parecía comportarse cada vez de manera más recelosa y esquiva.

La joven se había presentado como amiga de la primera víctima y conocida de la segunda a través de una tercera persona a la que se había negado identificar al no estar ella al tanto de sus intenciones de declarar lo que, a su juicio, podía haber motivado la muerte de los dos estudiantes.

Andrés repasó los apuntes de su libreta cuando estuvo sentado en su coche al resguardo del incesante chaparrón que le procuraba cierta intimidad velando los cristales a torrentes de gotas desbocadas. “Novato….Medicina”, releyó los apuntes que escribió aquella tarde en presencia de Pablo mientras aquel chaval se esforzaba en disimular una inquietud terrible y de lo más sospechosa. Según ella, el chico andaba celoso de Antonio y también tenía pendencias con Romero. Con ambos le había visto de lo más soliviantado, enredado en discusiones y profiriendo amenazas que bien podía haber cumplido.

La testigo había dado muestras constantes de inquietud y, a buen seguro no hubiera resistido un interrogatorio en toda regla que, en cualquier caso, habría resultado innecesario sin verificar su más que dudosa fiabilidad. Con ese fin y deseando la total colaboración de la paciente, arrancó por fin y se incorporó al tráfico caótico de las calles del centro en dirección al Hospital Universitario.

lunes, 7 de octubre de 2013

Soltando lastre

Se sintió mal de repente, con una sensación nueva que le produjo cierta inquietud. De no haber sido porque se mantuvo en pie, diría que había caído inanimado y que quedaba tendido con una expresión serena que nunca hasta entonces había encontrado en reflejo alguno.

Quiso irse pero le pareció descortés abandonar de tal modo. De manera que esperó a que alguien se acercara y, sólo cuando un grupo de curiosos les hubo rodeado, decidió que era tiempo de marchar.

Con una ternura infinita de la que ya no se creía capaz, se agachó y acarició su rostro. Al tacto tembloroso de su mano, la piel le resultó flácida y fría. Supo así que había muerto y cerró sus ojos como cadáver que era.

jueves, 3 de octubre de 2013

El final de un instante

El instante decidió quedarse un poco más, animado por la absoluta inexistencia que le rodeaba. Avanzó cauto por aquella vasta extensión de vacío y de silencio y se observó estirado desde el comienzo mismo, creciendo necesario e imparable.

Pronto descubrió el placer incontrolado de continuar, de ocuparlo todo y, al cabo, comenzó a olvidarse de lo que fue y de dónde había partido. Una eternidad pasó devorando soledades pero jamás alcanzó el límite de aquella nada. Exhausto, el instante se detuvo y pensó que quería regresar.

Mas al volverse, ya no vio más que una masa gigantesca palpitando ansiosa por seguir; un número infinito de momentos que, al ver que no avanzaba, le engulleron sin piedad y olvidaron para siempre.

martes, 1 de octubre de 2013

XLVI

“¡Quieres escucharme!” Casi tuvo que gritar. “Tranquilízate”, añadió cubriéndose  la boca pegada al teléfono por si alguien pudiera oírle desde fuera. “Te digo que es imposible”.

“Y yo estoy segura de que le vi”, replicó aún más alterada.

Miguel Ángel suspiró nervioso, sintiendo la fiebre bullendo en su cabeza.

“¿Por qué iba a hacer algo así?”

“Pregúntaselo”, espetó indignada.

Tuvo que aguantarse el impulso de estrellar el teléfono contra la pared y, sólo por el inexplicable vínculo que les unía desde que se conocieron, se tragó los vulgares reproches que le vinieron a la cabeza. Que Gerardo hubiera de forma similar venido a provocarle otro inconveniente lazo afectivo (que en nada tenía que ver con la atracción que sentía por su amiga) era de sobra problemático dada la evidente animadversión que el uno sentía hacia la otra; pero los recientes acontecimientos y las últimas revelaciones estaban llevando el asunto a límites que empezaban a rayar lo ridículamente intolerable. Mariano se había referido a un novato capaz de actos criminales, el sexto sentido de Nuria otorgaba a Gerardo propiedades siniestras y tendencias asesinas y él mismo no podía dejar de darle vueltas a la rabia desmedida con que su amigo había pronunciado aquella pueril acusación contra Romero el día que admitió haber llorado por la muerte de Antonio.

Imaginarle, sin embargo, apostado entre las sombras del parque frente al piso de Nuria aguardando durante horas le resultaba tan difícil que volvió a sugerir que podría haberle confundido con alguien.

“Estaba ahí mismo”, insistió apartando con cautela el visillo.

Y aunque comprobó de nuevo con alivio que esta vez no estaba, volvió a recordar el escalofrío que la paralizo la noche anterior.

“Tuve que hacer de tripas corazón para ir a la Facultad esta mañana”

Miguel Ángel sintió la velada censura por sus persistentes ausencias.

“Hubiera preferido que se acercara con cualquier explicación. Pero no ha hecho más que seguir mirándome desde los bancos de arriba”.

Decidió no preguntarle cómo lo sabía y dejó que continuara.

“Creo que mañana no voy a ir”.

Aquello tuvo también que aceptarlo con toda su carga de responsabilidad.

“Seguro que no es para tanto”. Él mismo se sonó tan falso que no le sorprendió el inmediato improperio que recibió del otro lado ni el torrente de horribles vaticinios, lamentos y amenazas ahogadas en la evidente congoja de su amiga.

“Escucha”, tuvo que interrumpirla. “Gerardo no nos va a hacer ningún daño. Desde mañana te paso a buscar con el coche… Yo sólo”, aclaró. “Y cada tarde te llevaré de vuelta”.

Avergonzada por un llanto que ya no pudo controlar, Nuria acertó a pronunciar un par de palabras de agradecimiento, colgó el teléfono y se arrojó a la cama para seguir llorando.

En el otro extremo de la ciudad Miguel Ángel se dejó caer también de espaldas sobre el colchón durante un par de segundos. Hasta que tres golpes suaves y la voz de Gerardo (“¿Se puede?”) le encendieron una duda aterradora que se propagó vertiginosa por todo su cuerpo:


¿Cuánto tiempo habría estado escuchando detrás de la puerta?