domingo, 30 de diciembre de 2018

Un año después

Un coche pasó demasiado cerca pero no alteró el paso que a punzadas le marcaba una angustia fuera de control. Apenas sintió la exhalación rociándole del agua sucia de los charcos y sus luces rojas le confirmaron el camino hacia el infierno. Diciembre era incapaz de enfriar la ebullición de sus pensamientos y el brillo inminente de la Navidad se apagaba entre un mar de sombras. Había salido sin rumbo fijo, sin más propósito que no volver. Los puños le dolían aún y los aullidos seguían retumbando en su cabeza. No tardó en sentir en las piernas el peso de su marcha frenética pero todo parecía transitar a cámara lenta, deslizándose indiferente alrededor, como si ya estuviera muerto. Las aceras fueron estrechándose y las luces derramándose en un pozo de negrura que señalaba el fin como una puerta abierta. Se detuvo al borde mismo, consciente del destino que aguardaba unos pasos más allá y cerró los ojos. Escuchó el tráfico cercano como un rumor de olas que cesaba sin remedio. Después un silencio de reloj parado, atragantado de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses...

Sus pies se acomodan sobre la tarima y siente el calor relajándole las piernas. Un murmullo de conversaciones lejanas se abre paso entre carraspeos y toses nerviosas. El concertino afina su grupo de cuerdas y el silencio regresa expectante, tan solo unos segundos. La ovación corta, sanadora, le devuelve al momento justo. Abre los ojos, el director alza los suyos al coro y juntos alcanzan la gloria.