viernes, 21 de agosto de 2015

L

Como cada mañana evitó su propia mirada en el espejo pero se notó el rostro demacrado tras otra noche en vela torturado por esa doble culpa; la segunda del todo inesperada y, por ende, mucho más aterradora. Había vuelto a obligarse a ponerse en pie, de camino a otro día de falsa rutina, para mantener apariencias de total normalidad; idéntica razón por la que había resistido la casi inflexible presión de su familia por que regresara a casa tras la muerte del segundo muchacho.

Sonrió con amargura al recordar a Romero y tuvo que volverse para evitar un nuevo arrebato de angustia incontrolada. Las líneas de luz  que se colaban por la persiana dibujaban una penumbra familiar que empezaba a resultarle también hostil, como todo alrededor. Hasta entonces y desde la muerte de Antonio, su cuarto había sido el único lugar donde se había sentido seguro; lejos de miradas y oídos indiscretos al acecho de un gesto o palabra delatores. Ahora, sin embargo, no le preocupaba tanto lo que pudieran sospechar sino lo que llegaran a hacer con él.

Imaginó el pasillo, oscuro aún, salpicado de puertas cerradas a cal y canto y se sintió a merced del mismo cruel destino que había dado cuenta de los otros dos. Le percibió tiznando el brillo del suelo de mármol al arrastrarse sigiloso y la sintió junto a él, mirándole de frente y por detrás, envolviéndole y llenándole, dispuesta a ejecutar la sentencia que él mismo había sido incapaz de asumir y llevar a cabo.

Por un momento creyó que en verdad había llegado su fin y un repentino alivio vino a suavizarle el tormento.

Casi pudo verla envuelta entre las sábanas de su cama, como tantas veces la había imaginado, pero un pudor inesperado la disipó en un recuerdo de tarde de verano que iba deformándose con el paso de los meses. Alicia parada en el camino de tierra, haciéndose visera con la mano para poder verle ante la inminente puesta de sol. Aunque supo que nunca le había sonreido de tal modo, aceptó aquel nuevo ardid de su memoria y sonrió de vuelta a las sombras tristes de la habitación, hasta que las lágrimas lo enturbiaron todo y todos marcharon dejándole solo otra vez. A la espera de lo inevitable.