- No me lo puedo creer…ahora este…y ¿ella
quién es?
El hombrecillo se aturullaba y daba
vueltas a una mesita sin prestarles más atención que alguna efímera mirada
cargada de rabia y de terror.
Said trató de intervenir pero el otro
alzó una mano y negó con la cabeza, los ojos cerrados y el gesto muy dignamente
ofendido.
Aurora entretanto se había sentado en un
butacón lleno de polvo y descansaba su pierna dolorida al calor de una estufa.
Unas cortinas pardas ocultaban la única ventana de la habitación que olía a
papel rancio y húmedo. La actitud del hombrecillo había confirmado sus peores
presagios, el chico podía hacer lo que quisiera pero ella iba a marcharse de
allí en cuanto hubiera recuperado las fuerzas necesarias. Cuando cerró los ojos
estuvo segura de que no se dormiría. Durante un rato escuchó el ir y venir del
anciano y sus quejas intermitentes cada vez más esporádicas e incompletas.
- Disculpe, señorita, pensé que tal vez
tendría frío.
La manta era muy suave pero su olor a
alcanfor la había despertado. De inmediato recordó y trató de ponerse en pie de
un salto. Pero la pierna le dolía aún más
tras el incómodo descanso y el viejo la obligó a reposar de nuevo con
una suave pero firme presión sobre su hombro.
- No debería moverse mucho.
Aurora trató de protestar pero el hombre
frunció el ceño y la señaló reprobatorio, con su dedo índice.
- Y vas a tomarte el caldo – añadió dando
media vuelta.
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