sábado, 12 de julio de 2014

Al acecho (Entre dos cartas)

Apoyada la cabeza en la pared quedó en silencio, congelando sus pulmones a profundas bocanadas de aire helado que escapaban después en blanco aliento. Cualquiera diría que era ese respirar el origen de toda aquella niebla, que podría seguir exhalando bruma hasta nublar toda la tierra. Y, si así fuera, no habría un alma que pudiera encontrarle aquella noche. En el centro mismo del espeso reino, sólo era un vacío que, inmóvil, sostenía alrededor el peso del aire denso.

¿Y si no hubiera nada bajo aquel sombrero? Nada que envolviera la amplia capa, ni manos perdidas en grandes bolsillos, ni piernas heladas, ni cobardes ojos ocultando entera la tremenda rabia que le devoraba. ¿Y si no estuviera allí de pie como la sombra olvidada de una estatua muerta? Tal vez entonces no fuera más que todo el miedo que vio en los ojos de la muchacha, un mal sueño efímero manchando la pared. Deseó profundamente que así fuera, pero sintió otra vez la tristeza inmensa empaparle el alma y reconoció su cuerpo entre los pliegues de la noche. Repitió aquel nombre en voz baja. Sonó como antes; tan vacío, tan seco, que apenas reconoció la enorme turbación que agitaba su espíritu. Era esa muchacha el origen de sus males, aquel engendro la causa de su aflicción, un puro estorbo que odiaría eternamente.


Se crisparon sus nervios al recordarla en medio de la calle, desafiante, indefensa pero irreductible, con la niebla endulzando el terror de su gesto en la infinita belleza de sus rasgos. Aún no estaba seguro de si era cierto cuanto había visto o si fue el borroso ambiente el que puso ante sus ojos aquel vivo retrato de sus deseos, pero obligado como estaba por su orgullo a rechazarla, sentía en su pecho la angustia de no poder olvidar su esbelto porte insinuado en la bruma. Suspiró con furia y trató en vano de intuir el sueño de aquel ángel maldito, de llegar a su alma y llenársela de pena. Mas nada que no fuera el sereno respirar de su pecho pudo llenar el inmenso vacío de su espíritu...

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lunes, 7 de julio de 2014

Rescoldos

“¡Fuego!”

Abrió los ojos sobresaltado. El olor a quemado y los gritos llegaban lejanos desde más allá del patio y el humo apenas enturbiaba la intensa claridad del cielo. Sin bajar la mirada, respiró profundo tratando de sacudirse un pánico extraño que no acababa de comprender. Un vencejo cruzó fulgurante el cuadrado azul y su chillido encontró eco en infinidad de murmullos familiares de memorias difusas. Una gota de sudor resbaló hasta su oreja pero mantuvo los ojos al cielo sin bajar la frente, como sujeto por el mismo obcecado propósito de no obligarse a recordar.

Otro jirón de humo negro se deslizó sobre los tejados y le pareció que escuchaba el crepitar del bosque devorado por las llamas. Sonrió despacio, hallando consuelo en el castigo de otro incendio de verano como los de su infancia.

“¡Soldado!”

Sintió el estómago revolviéndosele y a duras penas detuvo la nausea que le ascendió por la garganta.

“Vamos, en marcha”.


Bajó la mirada y reconoció al oficial que le apremiaba; el que apenas un minuto antes había dado la orden. Al fondo el montón de cadáveres de aquellos que acababan de fusilar.

sábado, 5 de julio de 2014

Sin guión

Como la vida misma, imprevisible y caprichosa. Siete meses después de la última entrada y agitado aún por el zarandeo inclemente de avatares hasta ahora desconocidos, me dispongo a testar las constantes vitales de este blog y la capacidad o tal vez simplemente las intenciones de su autor por sacarlo adelante.

Echando la vista atrás pienso que quizás pecara de ingenuo cuando me declaré escritor profesional deseando, casi en secreto, poder dedicarme en exclusividad a esto. Nada más lejos de la realidad, que se mostró tajante y despiadada y que, a golpes, me colocó de nuevo en el lugar que, al parecer, me corresponde. A partir de entonces un silencio obcecado se me agarró a las palabras como una sentencia que acepté gustoso, casi aliviado, renegando de arrebatos creativos cualesquiera y ahuyentándome las musas a bofetadas que dolían mucho más por injustas que por certeras.

A fin de evitarme rubores innecesarios, opté así mismo por abandonar lecturas obsesivas con la esperanza de que personajes antiguos y recientes dejaran de asomarse a mis noches insomnes. Vano esfuerzo, pues aquellos cuyas andanzas concluyeron forman parte ya de mis frustradas personalidades y, dotados de virtudes de las que carezco, aún les reconozco del todo imprescindibles. Inútil también porque esos que quedaron abandonados siguen reclamando la vida que les adeudo.


Pero no sólo a ellos se debe este artículo (tal vez el más personal de cuantos he escrito), sino también a vosotros, treinta y uno declarados seguidores que habéis continuado releyéndome y a otros visitantes anónimos que os habéis asomado por aquí. A ninguno puedo prometeros el mismo ritmo creativo, ni siquiera la mitad del entusiasmo que me puso en marcha, pero a fe que continuaré improvisando (sin guión); que mejor ha de ser recapitular que volver a rendirse.