lunes, 30 de octubre de 2017

Lo que no contaré

Son palabras. Las mismas que ebullían en diatribas patéticas por silencios solitarios de capillas y paseos, las que al fin se abrieron paso a susurros primero y luego en trazos diminutos en cuadernos de colegio. Palabras que dejaban de doler al verse escritas, como si en leerlas pasasen a ser dueñas de un extraño y adquirieran un valor de arte incomparable que las tornaba sanadoras. Bálsamo de tardes de domingo, inductoras de un afán obsesivo por rodearme de aquello que seguía ausente. Todo. Un universo del que yo era dueño, por el que algún día sería admirado aunque entonces lo guardara en secreto. Sólo palabras, delirios de tinta azul que se borraban en las dobleces de un papel mil veces desplegado y vuelto a ocultar en la celda de una carpeta al fondo de un cajón.

Muy pocas vieron la luz, a lomos de cuentos y ensoñaciones juveniles. El resto, las más sinceras, aún redimen su osadía lejos de teclados y pantallas. Compartirán silencio con aquellas que nunca ya podré siquiera pensar, constreñido por esta ventana artificial, expuesto a la intemperie.

martes, 10 de octubre de 2017

El hito

Creyó que no caería. Incluso al verlo agitarse zarandeado por las rachas de viento. Lo sabía fuertemente sujeto y el tiempo inmemorial que llevaba allí pendido le confirmaba en su creencia. Muchos, por si acaso, se habían ido apartando y pronto se sintió libre de las apreturas que de habitual habían de aguantar por admirar tan magnífico espectáculo. Fue así capaz de avanzar unos pasos hasta colocarse justo debajo.

Jamás se le pasó por la cabeza que pudiera desprenderse porque no lo concebía de ninguna otra manera. Allí había estado desde que lo vio por primera vez de la mano de su madre y ni sus hijos ni sus nietos habían dejado de celebrar sus infancias bajo su sombra protectora. Por eso le resultó disparatado, casi ofensivo, que alguien sugiriera que se apartase e ignoró los agüeros de otros muchos. Si de algo estaba firmemente convencido era de que nada había de cambiar.

Miró hacia arriba por última vez con una excitación inusual, de testigo privilegiado.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Hoy

No caben excusas.
Ni siquiera en un día como hoy,
ejemplo monótono de un continuo gris de lluvia que no cesa.
No caben lamentos ni suspiros de anhelo
lanzados a la caza de incautos compasivos rebosantes de consuelo.
No me vale su lástima
derrochada sin pudor como si fuera un premio.
Los alivios pasajeros que me otorgan sus melindres
al poco quedan en nada,
como los castigos que me infligen
o me aplico con estoica complacencia.
No ha lugar para la pena exhuberante aireada por doquier
ni para la más discreta y verdadera
que tampoco me sirve.
No caben pretextos improvisados de repente
ni razones de peso cargadas desde siempre.
No se admiten más demoras,
ya no me valen más peros.

Pues tal día como hoy fue un día como todos,
con el mismo aire y las mismas horas.
Un tiempo regalado para algo
en medio de este caos constante que me empeñé en ordenar.
No hay fuerzas para tanto,
ni hay necesidad.
Ya no me quedan coartadas para no dejarme llevar y tomar las riendas,
para apreciar cada detalle en cada instante,
cada presente real, infinito alrededor,
y al fin reconocerme entre lo único que existe.

viernes, 16 de junio de 2017

El castaño que tiraba piñas

Cansados tras una larga jornada, un grupo de peregrinos se tendió a la sombra frondosa de un árbol viejo junto a un muro alto de piedra que separaba dos campos al borde de un camino.

A cabo de un rato uno de ellos despertó sobresaltado al golpearle una piña en la cabeza. Las risas de los otros cesaron al caerles la segunda y sus gestos se tornaron sorprendidos al señalar uno de ellos:

“¡Pero si esto es un castaño!”

Todos asintieron en silencio mirando hacia arriba. Algunos se rascaban la cabeza, otros se mordían las uñas murmurando:

“No me gusta. Esto ha de ser cosa de brujas”.

“Un mal presagio”, auguró otro.

Pero los menos supersticiosos se negaban a creer en algo así y trataban de tranquilizar a los demás.

“Tal vez se trate de un tipo peculiar de castaña”.

“O este árbol sea una especie extraña, típica de estas tierras”.

Algunos se escandalizaron y casi todos se enzarzaron en una discusión que se alargó hasta el anochecer.

Fue entonces cuando uno de los peregrinos, cansado de tanta porfía, decidió reanudar la marcha y , solo, se alejó del grupo hacia el camino de tierra. Desde allí todavía le llegaban las voces de sus compañeros de viaje. Al volverse, les vio arremolinados bajo el árbol junto al muro. Del otro lado, un pino enorme extendía sus ramas sobre la copa del viejo castaño.


No te empeñes en resolver los problemas mientras te ofuscan. Una visión más distante e imparcial te mostrará las soluciones.

jueves, 15 de junio de 2017

IE

Lo veo una y otra vez; imágenes cambiantes pero igual de aterradoras, amalgama de escenas repetidas y ensoñaciones macabras y obsesivas. El miedo se destila en rabia y luego en odio y otra vez en miedo. Y la piel se me enfría o se calienta o se me eriza según transito entre tantas emociones.

Trato aún de imaginarlo. Unas décimas de segundo, un impulso incomprensible o revelador, un delirio de lógica extrema, una exhibición de humildad demoledora y humillante, de generosidad ilimitada que resulta inalcanzable y que, al fin, habrá otra vez de salvarnos, uno a uno, para siempre.

martes, 23 de mayo de 2017

Manchester

El tranvía se detuvo y desde el andén nos fuimos desperdigando por el centro de la ciudad. Una multitud de extraños de vuelta o de camino, un demonio tal vez entre un puñado de ángeles.

jueves, 18 de mayo de 2017

Marina

El retratista le reconoció tan pronto alzó la mirada del pliego en blanco. Aquellos rasgos, aun vulgares, no le hubieran pasado desapercibidos ni en la noche más oscura. Creyó percibir algo de su misma sorpresa en el gesto que encaraba y se sintió incapaz de decir nada.

Un algo de rencor enturbió los recuerdos que se abrieron paso en tropel. No en vano, siempre presente, nunca pudo evitar sus más agrios sinsabores y, al cabo, también le había abandonado. Sintió las lágrimas calentarle la mirada y la retiró al percibir en sus ojos la misma congoja. El lápiz se resistía posado en el papel con el impulso de lanzarse a plasmar ese rostro con la angustia que lo deformaba la última vez que lo tuvo tan cerca. Consiguió sujetarlo, concentrar su furia en un punto negro de grafito y articular:

“¿Qué haces aquí?”

Toleró el silencio que siguió con la misma resignación con que le había soportado en aquellos últimos días, cuando fue evidente que lo había dado todo por perdido.

Indultó el primer trazo, tenue e inseguro; la linea de un labio fino demasiado alargada le trasladó mucho más atrás, cuando todo resultaba sencillo y natural. Sintió el calor suavizado en una brisa salada, el bullicio difuminado en un rumor constante remarcado a intervalos por el roce de la mina al dibujar otras líneas semejantes, paralelas y caóticas, deslizándose infinitas a la orilla entre límites abruptos y un horizonte imperfecto, torcido en su pulso trémulo; el mismo que había alentado sus terrores e ilusiones, tan absurdos como efímeros, aquel que se había ido ocultando tras realidades más cercanas y que aguardaba aún; su destino común, cualquiera que fuese.

Deseó que no estuviera allí, que se hubiese marchado con el mismo sigilo con el que llegó. Al levantar la vista sólo halló el reflejo del cuartucho alrededor.

viernes, 10 de marzo de 2017

20 años

Para cuando ayer me recordaron que hacía tanto tiempo, ya habíamos compartido unas cuantas millas de viaje, M62 alante, cantando esa canción que por aquel verano se escapaba por las ventanillas de tu coche de rally subiendo hacia San Juan de la Nava.

Ayer apareció casi por ensalmo en la pantalla del móvil después de años de silencio; Sabina dando una calada al cigarrillo y el botones a su espalda abriendo la puerta. Acepté tu invitación tocando la pantalla y te  plantaste a mi lado, esta vez de copiloto. Sin nada que temer, saboreamos unos instantes de gloria compartida y te dejé partir con la placentera certeza de estar en tus recuerdos.

viernes, 20 de enero de 2017

Las caras de la nieve

Nieva. Y la alegría retorna desde aquel pupitre en lo alto del palacio. Viernes ha de ser para tanto jolgorio que apenas respeta el letargo benévolo de Don Antonio, deseoso como todos de que den las cinco y media. Tal vez las calles ya estén blancas para entonces pues los copos apenas dejan ver más allá de la ventana empañada, hacia el valle y la Serrota. Se acumulan inquietos gordos y grises, abriéndose paso en un caos silencioso que acaba hipnotizando. Hago sitio en mi banco de madera y otros se acercan y nos rodean, los codos apoyados en la mesa, con el beneplácito del maestro. Rostros despreocupados que he ido olvidando pero que aún percibo alrededor en ciertos instantes de sosiego cuando el frío se cuela por los cristales y el cansancio me recuerda que es hora de parar.

martes, 17 de enero de 2017

Cinco

Uno, dos, tres, cuatro; contó para sí. Uno, dos, tres, cuatro; repitió en voz alta como si escucharse a sí mismo fuera a permitirle alcanzar algo más lejos. La oscuridad del cuarto y el calor bajo las mantas no ayudaba al desbloqueo. Uno, dos, tres, cuatro. Si al menos supiera lo que contaba o estuviera seguro de seguir despierto. Pam, pam, pam, pam; y vuelta a empezar con la insistente cadencia de una calma falsa, artificial, que apenas duraba ese puñado de segundos antes de asomarse otra vez a un abismo sin fondo del que el uno volvía a rescatarle. Apretó aún más los párpados. Los ecos resonaron en su cabeza agrandando un vacío estremecedor. Uno, dos, tres, cuatro, uno, dos, tres, cuatro; el sudor empapaba ya las sábanas y el corazón latía desbocado. Uno, dos, tres, cuatro. Pudo al fin abrir los ojos y retomó el control sobre su cuerpo. Se alzó apoyado en los codos y sus ojos encontraron la sombra pálida de la ventana. Uno, dos, tres, cuatro. Respiro profundo y el ritmo se ralentizó como si los números tomaran impulso para seguir adelante. Pero volvieron a detenerse en el mismo punto y a comenzar de nuevo, inalterables. Probó a contarlos con los dedos pero al quinto tomó por el primero y su mano abarcó hasta el infinito.

miércoles, 4 de enero de 2017

Esperando a los Reyes

Superado el primer sofocón del año sin más pena ni más gloria que aquellas de mi infancia aguantándome las nauseas frente al tazón pálido de Colacao y de camino de vuelta al cole tras las vacaciones de Navidad, me detengo y respiro hondo.

Apenas se intuye una paz artificial que ha de durar el resto de la jornada, hasta el próximo zafarrancho de combate, pero a mí me invade el alivio del trámite cumplido y regreso a ese mítico momento que empezó hace cuatro días y no terminará hasta el seis de enero. Este impasse de fechas que se agotan y se alargan hacia el éxtasis del premio merecido. Me resisto a claudicar de esta manera y me convenzo de que aún sigo de asueto. Como habré de estarlo mañana pese a despertadores, atascos y pamplinas.