martes, 5 de abril de 2022

Compatriotas



Tan increible como "Tiempo de Juego" consumiendo gigas en mi Samsung por un callejón de Manchester, resultó el ser testigo de una riña de pareja en mi propio idioma, ese por el que hace unos días en Londres alguien fue increpado mientras es acosado en su propia casa.

Ambos visiblemente azorados, el hombre parecía desesperado por justificar quién sabe qué oprobio y su compañera trataba en vano de librarse de sus melindres. En lo familiar de  su aspecto y ademanes (imposibles de disimular) los identifiqué como compatriotas en cuanto entraron en la calle. Al llegar a la altura de mi coche, apagué el fútbol y bajé la ventanilla por confirmar mi buen juicio,  algo preocupado, eso sí, por el cariz que tomaba el asunto. Inconsciente de mi presencia tras el volante, la chica balbuceaba palabras de protesta y el otro repetía "pues yo no me enteré". Un par de veces intentó abrazarla y plantarle un beso en la mejilla pero ella logró zafarse sin esfuerzo. Tiraron calle alante unos metros y luego de vuelta, aún sin percatarse de mi presencia, hasta que se perdieron por donde habían llegado.

Una mezcla de culpa y decepción me asaltó entonces, como si hubiera dejado escapar la oportunidad de demostrar mi don de gentes, intentando al menos mediar en aquella porfía. He de reconocer que por momentos temí por la seguridad de la mujer y que no pasé por alto la posibilidad de ser yo mismo objeto de la ira del hombre (o tal vez de ambos) de haber intervenido. No fue el caso, pues en su camino de regreso cejó él en su empeño de forzar una inmediata reconciliación, caminando algo más separado sin volver a alzar la voz.

Seguramente nuestros caminos no vuelvan a cruzarse y nunca sepa de las razones del tremendo disgusto que, para el momento de escribirlo, deseo forme parte ya de sus anecdóticos avatares de pareja.

No puedo, sin embargo, dejar de admitir que gran parte de lo que me hicieron sentir se debe al vínculo invisible que a los tres nos envolvía en aquel escenario extraño, tan lejos de un hogar que se desmorona entre traiciones de enamorados, con el beneplácito de testigos silenciosos.

Cadáveres

Me detuve a pensar y decidí seguir, casi de inmediato, incapaz de asumir la evidencia del desastre, insoportable e incongruente hasta el absurdo, macabro delirio que no se disipa con el alba.