domingo, 30 de diciembre de 2018

Un año después

Un coche pasó demasiado cerca pero no alteró el paso que a punzadas le marcaba una angustia fuera de control. Apenas sintió la exhalación rociándole del agua sucia de los charcos y sus luces rojas le confirmaron el camino hacia el infierno. Diciembre era incapaz de enfriar la ebullición de sus pensamientos y el brillo inminente de la Navidad se apagaba entre un mar de sombras. Había salido sin rumbo fijo, sin más propósito que no volver. Los puños le dolían aún y los aullidos seguían retumbando en su cabeza. No tardó en sentir en las piernas el peso de su marcha frenética pero todo parecía transitar a cámara lenta, deslizándose indiferente alrededor, como si ya estuviera muerto. Las aceras fueron estrechándose y las luces derramándose en un pozo de negrura que señalaba el fin como una puerta abierta. Se detuvo al borde mismo, consciente del destino que aguardaba unos pasos más allá y cerró los ojos. Escuchó el tráfico cercano como un rumor de olas que cesaba sin remedio. Después un silencio de reloj parado, atragantado de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses...

Sus pies se acomodan sobre la tarima y siente el calor relajándole las piernas. Un murmullo de conversaciones lejanas se abre paso entre carraspeos y toses nerviosas. El concertino afina su grupo de cuerdas y el silencio regresa expectante, tan solo unos segundos. La ovación corta, sanadora, le devuelve al momento justo. Abre los ojos, el director alza los suyos al coro y juntos alcanzan la gloria.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Mi mejor tarjeta

Amenizado por los avatares de mi querida España y sus patéticos gerifaltes, entro en el aula ocupada ya a medias por compañeros puntuales como yo; antiguos escolares, desconocidos colegas ajenos a la efeméride, que llegan demasiado tarde al reparto de sugus.

Privado de mi momento de gloria, me consuelo con el anual guiño de Google y los mensajes que se acumulan en la pantalla del móvil.

Mientras garabateo estas líneas, me aleccionan sobre normas y deberes. Nos alertan de miserias y vilezas que de sobra y por desgracia conocemos y el cosquilleo infantil se envenena de tristeza y ansiedad justo hasta el momento en que recuerdo que lo traje.

Saco el sobre de la mochila y ni siquiera lo abro. Conozco de memoria esa carita pegada a la mía, su primera gran nevada y nuestro día perfecto en Florencia.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

El superviviente

Sintió la humedad pero permaneció inmóvil, la espalda pegada a la pared, sentado en el suelo en completa oscuridad. Ya no percibía el olor a pólvora pero el humo seguía quemándole los pulmones y los disparos aún retumbaban en sus oídos. Creyó haber escuchado lamentos no muy lejanos pero pronto cesaron o dejó de imaginarlos. Tan solo era consciente de su presencia, aún cierta entre el caos infernal, y la repentina calma que siguió. Saberse con vida resultaba más excitante de lo que hubiera imaginado aunque el miedo seguía sugiriendo otros lúgubres deseos.


Un soplo de aire que silvó por una grieta invisible enfrió el líquido de su pernera y tembló desvalido. Más arriba el calor rezumaba lento y placentero. Lo palpó y muy despacio alzó la mano tratando de observarla en la tiniebla; sólo una silueta difusa que prefirió no acercar más a su rostro y apoyó suave en el regazo.

Saboreó unos segundos de indiferencia ajeno al dolor que regresaba a punzadas hasta que volvieron las imágenes nítidas desprovistas sin embargo de la estridencia que las hacía insoportables. Gestos mudos de sorpresa, rictus de rabia repentina incapaces de responder siquiera con una lágrima. Calculó que algunos yacerían muy cerca y acertó a distinguir un par de bultos informes casi al alcance de su mano. Tal vez alguien siguiera con vida. Aquel pensamiento le produjo una intensa desazón. Sujetó el arma con renovada energía y consiguió arrastrarse hasta los cadáveres más próximos. Volvió a violentarlos sin pudor alguno en busca de un hálito escondido que halló al zarandear un cuerpo menudo, tal vez un muchacho; apenas un débil gemido que apagó el estruendo de la puerta al venirse abajo.

La hoja del machete brilló un instante alcanzada por el haz de una linterna.

sábado, 11 de agosto de 2018

El abismo

Sintió sus dedos relajarse y apenas se resistió. Tumbado como estaba, el brazo entero había empezado a entumírsele y la cabeza aún le daba vueltas, animada por una sensación de urgencia que seguía sobrepasándole. Podía sentir su aliento y en sus ojos una angustia infinita. La súplica callada resultaba ya inútil, conscientes ambos de que a ninguno le quedaban más fuerzas y apartó la mirada cargada de culpa. Notó aflojarse la presión de su último contacto y dejó que marchara para siempre.

martes, 12 de junio de 2018

El ángel y el hada

Lo había presentido en las sombras de su cuarto la noche anterior, una mezcla de recuerdos y de dudas a punto de materializarse en un rostro apenas familiar pero dolorosamente cercano. Hubiera esperado una mirada crítica, tal vez irritada, un lamento, una protesta. Pero en nada se había manifestado y con la luz de la mañana comprendió que nada había de temer, que la frontera que les separaba era en realidad el vínculo que les unía; un soplo de paz susurrado por las copas de los árboles moldeando las alas majestuosas de lo que ya era y la esencia infantil de lo que fue.


sábado, 21 de abril de 2018

Roma


Recuperamos la esencia del paseo por caminos de tierra entre setos y bancos de piedra, con aromas de resina y hierba seca, al calor de un sol familiar que abrillanta fuentes y fachadas. Revivimos en un caos de gentes y de coches, animados de su mismo espíritu festivo; un escándalo de vida estridente y cacofónico, sublime como un coro de ángeles. Roma nos estaba esperando, nos había aguardado desde siempre, con la ilusión de un niño que nos muestra sus tesoros y nos invita a jugar, a compartir sus sueños y sus historias. Escuchó la nuestra con oídos atentos y la adornó con parte de su belleza, regalándonos miradas, gestos y palabras que creíamos perdidos para siempre. Nos tendió sus calles y sus plazas para que anduviéramos del brazo a contemplar atardeceres de cúpulas doradas. Le puso música al garbo de tus pasos, conspirasteis juntas para un beso inesperado y nos alzó a su cielo casi eterno; cuatro almas en un solo recuerdo.

viernes, 26 de enero de 2018

Aguardando

Hay veces que no estamos. Ausencias pasajeras, devastadoras, nostálgicas o eternas. Hay pausas efímeras que no cesan, desiertos concurridos, descansos que no alivian, respiros profundos o tomados por asalto. Hay faltas echadas, cometidas, imperfectas; partidas de andenes o aeropuertos que acaban en tablas o empiezan a perderse. Hay marchas fúnebres, marchas nupciales, marchas adelante o hacia atrás, huídas, destierros, retiradas. Hay tiempos muertos que nunca resucitan, frases que quedan a medias para siempre, cartas olvidadas en el fondo de un buzón.

Son las presencias evocadas, las esperas, las vigilias; cada cuarto oscuro y quedo, cada butaca vacía. Casi todos duelen con la angustia de la distancia y el silencio pero muchos sanan, como si los vacíos se poblaran de momentos sostenidos y los tiempos se alargaran en completa soledad.