viernes, 12 de junio de 2015

Un nudo en el estómago

Llegado a este punto me pregunto de qué demonios estoy hablando; llegado cuándo, para cuánto, ¿con intenciones de seguir? O más bien aparte, tal vez final o simplemente suspensivo.


Quizás debería detenerme y mirar alrededor. Hacer equilibrios sobre el hilo de mi madeja, sujeto al ovillo que aún queda por desenrollar. Abrumado por esta capacidad innata de no agotarse, me pregunto dónde, entre la maraña, se oculta el cabo final (o inicial según se mire) y, en no hallando respuesta, me imbuyo de una inquietud existencial que me anima a reanudar la marcha. 

martes, 9 de junio de 2015

De pesca

“Usted, ¿qué sabe hacer?”

El paisano meneó la cabeza con una sonrisa bobalicona.

“Póngase ahí.”

Le indicó el final de una fila larguísima y, dócil, fue a colocarse tras el último de los que allí esperaban.

“Psst.”

Se volvió muy despacio con absoluto desinterés.

“¿Sabes qué pasa?”

El joven que acababa de ponerse tras él mostraba la misma inquietud que consumía al resto de los que componían aquella y cada una de las colas.

Al no obtener respuesta se inclinó hacia adelante forzándole a hacerse a un lado y tocó el hombro del que les precedía.

“¿Qué les ha dicho?”

Al hombre que les miró con expresión aturdida la corbata le daba un aspecto casi solemne entre la general mediocridad de la muchedumbre. El tono impostado de su voz sonó sin embargo demasiado inseguro al responder:

“Puedo hacer de todo.”

El joven no pudo disimular una mueca de ansiedad. Volvió su mirada nerviosa hacia quienes seguían dirigiendo al personal como si considerara la posibilidad de corregir su respuesta, pero decidió permanecer en la fila que continuaba creciendo por detrás. Insistió, sin embargo, volviendo a reclamar su atención, esta vez tirándole de la chaqueta y el hombre disimuló una obvia sonrisa al escucharle.

“Yo les dije que no estaba seguro.”

Casi al instante atendieron ambos al paisano que conservaba la sonrisa absurda alternando miradas entre los dos hombres que le flanqueaban. Había chasqueado la lengua un par de veces y posaba sus manos en los hombros de los otros dos. En un alarde de mímica extrema les guiñó un ojo a cada uno y con un histriónico ademán de su cabeza les invitó a seguirle fuera de allí.

El del traje respondió con un mohín casi ofendido y de inmediato le dio la espalda, mientras el muchacho sujetaba la mano que aún descansaba en su hombro. De no haber sido porque en aquel preciso instante la cola se puso en marcha unos metros por delante, habría marchado en pos de aquel personaje que se escabulló entre la multitud  como un pez minúsculo de la inmensa red que estaba a punto de arrastrarles.