Me complace anunciar que, en breve, verá la luz un libro que, salvo cambios de última hora o espantada de la editorial, contendrá mis primeras letras impresas (lejos de la oficina de mi casa). Se trata de un proyecto en el que varios autores colaboramos con relatos cortos escritos en inglés.
Yo, que cantaba entusiasmado las canciones de la ELO con el desparpajo de saber que nadie entendería lo que, por otra parte, no tenía la menor idea de estar diciendo; que, seis meses después de llegar al Reino Unido, aún prefería larguísimas caminatas por interminables pasillos de hospital a engorrosas conversaciones telefónicas, que confundía torres con toallas y sonreía a cualquier comentario sin abrir la boca.
Quien lo iba a decir. A alguien se le ocurrió una idea y, aunque no estuve ni en el lugar ni en el momento apropiados para aceptarla de primera mano, alguien más, en el último suspiro, me ofreció el único lugar vacante para unirme al proyecto. De la misma manera que nunca había calculado ser poeta, me convertí de la noche a la mañana en “writer” y, dios mediante, publicaré mi primera obra en la lengua de Shakespeare. Ni en mis mejores tiempos de sagaz estratega hubiera imaginado un desarrollo tan peregrino a mis planes de grandeza literaria. Pero así es la vida, un golpe de suerte, minúsculo tal vez, me devolvió las ganas de escribir e incluso el talento con que hacerlo. Por el tiempo en que el proyecto conjunto de escribir relatos cortos en inglés empezó a tomar forma, tenía yo largamente olvidada mi primera novela (a medio terminar desde mis años de juventud) y la segunda languidecía de pura desidia y falta de inspiración. Dos años después, casi sin aliento, le puse punto final a “Entre dos cartas”, asombrado de cuanto de sorprendente aún me deparaba esta historia fantástica y que nunca hubiera descubierto de no ser por esta obrita ingenua que está a punto de colarse en las páginas de un libro.
Actualmente, a parte de crear estas líneas, ando desentrañando las intrigas de mi tercera novela y me parece imposible volver a dejar de escribir. Nunca más habré de cometer el error de resistirme o dejarme convencer. ¿Dónde llegaré a partir de ahora? No puedo ni quiero saberlo. De lo que sí estoy seguro es de que, pase lo que pase y vaya donde vaya, seguiré disfrutando como nunca y para siempre.
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