jueves, 11 de octubre de 2012

Hasim (Entre dos cartas)


...un año más tarde el joven comerciante regresó al fortín y volvió a encontrarse con la enorme tienda de los Magos plantada en el patio. Mucho se cuidó esa vez de acercarse por allí, tanto que no dudó un instante en colocar su campamento tras el último barracón, en el lugar más oscuro y siniestro de todo el patio, con tal de verse lejos de aquellos chiflados. Por aquel entonces Hasim no era un hombre rico; apenas ganaba lo suficiente para disimular su miseria y sólo su infinito tesón le había permitido salir un año más de su aldea hacia los mercados de Occidente. Dos tiendas, cuatro mulas y un montón de baratijas era lo único que hubiera podido perder Hasim antes de quedarse sin nada y sólo sus tres porteadores le recordaban que aún cabía ser más desgraciado. Eran aquellos, tres miserables que se arrastraban por el desierto con la única esperanza de encontrar un necio al que desvalijar; ellos y otros aún peores eran lo único entre lo que un pobre comerciante podía elegir a la hora de encontrar mano de obra barata. Nunca le gustaron, por supuesto, pero les necesitaba para poner en marcha su modesta caravana y no dudó en comenzar con ellos el largo viaje. Pronto descubrió, sin embargo, que no eran tan holgazanes como parecían y el buen mercader les concedió su aprecio y confianza. Mas cuán equivocado estaba el pobre Hasim; detrás de su aparente mansedumbre e interés ocultaban el indigno deseo de arrebatar a su amo lo poco que tenía. Durante mucho tiempo lo habían planeado pero fue aquella noche la que les ofreció la mejor oportunidad; tras el último barracón nadie pudo ver cómo atacaban a Hasim mientras dormía, cómo cargaban precipitadamente lo que de algún valor encontraron en las tiendas ni cómo huían por la brecha del muro llevándose las mulas consigo. Nadie escuchó siquiera los gritos de Hasim, ni olió el fuego que consumía su campamento; la paz del desierto no podía turbarse por la desgracia de un pobre infeliz. El mercader sólo pudo llorar; arrodillado en la arena y con el cuerpo magullado, esperó a que las llamas convirtieran en cenizas los últimos restos de su tesoro antes de abandonarse en los brazos de la muerte.

Cuando abrió los ojos se encontró en la penumbra de un incierto amanecer; lejos se oían los rumores de los que aún vivían y al tacto en sus manos sintió la suavidad de un cálido sudario. Una luz se deslizó entre las sombras y tres figuras se plantaron frente a él; cerró otra vez los ojos y volvió a soñar con su aldea.

Los Magos cuidaron de él hasta que sanó de todos sus males. Nadie en el campamento había querido hacerse cargo de Hasim cuando le encontraron inconsciente sobre la arena y sólo Ibrahim, uno de los criados de Gaspar le llevo ante sus amos, con la esperanza de que pudieran curarle con su ciencia. Inmediatamente los Reyes se pusieron al cuidado del hombre y decidieron alojarle en su tienda como lugar mas apropiado para el reposo que aconsejaba su crítico estado. Día tras día velaron sus sueños y aplacaron sus delirios con la misma dulzura con la que hubieran tratado a un hijo. Lavaron sus heridas, prepararon ungüentos y brebajes, rezaron por él cuanto pudieron e incluso Gaspar se levantó cada noche en silencio para ahuyentarla cada vez que sintió la muerte rondar el lecho del enfermo...


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