Antonio
guardó un silencio demasiado largo, soportando la mirada confusa del viejo quien
tampoco acababa de comprender que su hijo hubiera abandonado el hospital y
evitara discutir el extrañísimo asunto que les había unido aquella tarde.
Yo les
había dejado abandonados durante unos cuanto días, pendientes del viaje de
vuelta, abocados tal vez a una noche de argumentos inútiles y tramas
moribundas.
No es
la primera vez que el devenir de los acontecimientos me supera y dejo a mis
personajes a la espera de una inspiración más esquiva que nunca. En cuestión de
semanas, el hilo de mi intriga se ha enredado en un ovillo difícil de
desembrollar y, a trancas y barrancas he ido forzando a mis infortunadas
criaturas a situaciones cada vez menos creíbles, sin apenas opciones para salir
airosos.
Aún
recuerdo a Said y Aurora refugiándose en un bar del frío insoportable la noche
que salieron en busca de Álvaro para llevarle junto a su amiga moribunda. De
distinta manera compartíamos los tres la inquietud de aquel encuentro íntimo,
envueltos en la jarana del local, atenazados por la tensión del momento crucial que atravesaban sus vidas
(y la mía propia). Tras sentarles a la mesa de mármol y colocar la atención del
muchacho en el portal de Álvaro del otro lado de la calle, les abandoné
(quedando yo mudo) sin más idea que el vago anhelo de hacer de aquel un
momento memorable y clave para el transcurrir de lo que, meses después,
titularía “Entre dos cartas”.
Pronto
comprobé, sin embargo, que aquella tarea iba a resultar imposible si me
empeñaba en mantener mi urgencia creativa centrada en ideas cada vez más
peregrinas y, aún a tiempo, comprendí que sólo volviendo a su lado,
observando y escuchándoles lograríamos los tres salir de aquel atolladero. Como
un fisgón necesario y bienvenido, me senté pues a su mesa y les dejé conversar
como sólo ellos podían hacerlo. Escuché atento cada palabra y estudié todos sus
gestos mientras me sorprendían con un cuento compartido que disolvía como por
encanto el atasque de la historia y que culminaría unos cuantos capítulos
después, muy cerca del final, cuando nuestros destinos estaban ya decididos.
Hoy,
ante los protagonistas de mi última obra, estoy seguro de que tampoco ellos me
defraudarán. Como tampoco lo harán los vuestros si les dais la oportunidad de
guiaros. Recordad que únicamente es cuestión de tiempo que digan lo que tengan
que decir y que vosotros sólo tenéis que dejarles hablar.
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