miércoles, 17 de octubre de 2012

Dejemos que hablen


Antonio guardó un silencio demasiado largo, soportando la mirada confusa del viejo quien tampoco acababa de comprender que su hijo hubiera abandonado el hospital y evitara discutir el extrañísimo asunto que les había unido aquella tarde.

Yo les había dejado abandonados durante unos cuanto días, pendientes del viaje de vuelta, abocados tal vez a una noche de argumentos inútiles y tramas moribundas.

No es la primera vez que el devenir de los acontecimientos me supera y dejo a mis personajes a la espera de una inspiración más esquiva que nunca. En cuestión de semanas, el hilo de mi intriga se ha enredado en un ovillo difícil de desembrollar y, a trancas y barrancas he ido forzando a mis infortunadas criaturas a situaciones cada vez menos creíbles, sin apenas opciones para salir airosos.

Aún recuerdo a Said y Aurora refugiándose en un bar del frío insoportable la noche que salieron en busca de Álvaro para llevarle junto a su amiga moribunda. De distinta manera compartíamos los tres la inquietud de aquel encuentro íntimo, envueltos en la jarana del local, atenazados por la tensión  del momento crucial que atravesaban sus vidas (y la mía propia). Tras sentarles a la mesa de mármol y colocar la atención del muchacho en el portal de Álvaro del otro lado de la calle, les abandoné (quedando yo mudo) sin más idea que el vago anhelo de hacer de aquel un momento memorable y clave para el transcurrir de lo que, meses después, titularía “Entre dos cartas”.

Pronto comprobé, sin embargo, que aquella tarea iba a resultar imposible si me empeñaba en mantener mi urgencia creativa centrada en ideas cada vez más peregrinas y, aún a tiempo, comprendí que sólo volviendo a su lado, observando y escuchándoles lograríamos los tres salir de aquel atolladero. Como un fisgón necesario y bienvenido, me senté pues a su mesa y les dejé conversar como sólo ellos podían hacerlo. Escuché atento cada palabra y estudié todos sus gestos mientras me sorprendían con un cuento compartido que disolvía como por encanto el atasque de la historia y que culminaría unos cuantos capítulos después, muy cerca del final, cuando nuestros destinos estaban ya decididos.

Hoy, ante los protagonistas de mi última obra, estoy seguro de que tampoco ellos me defraudarán. Como tampoco lo harán los vuestros si les dais la oportunidad de guiaros. Recordad que únicamente es cuestión de tiempo que digan lo que tengan que decir y que vosotros sólo tenéis que dejarles hablar.

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