Said escuchó los aplausos de los niños
como si estuviera a quilómetros de distancia y sus rostros alegres le
parecieron animados por una extraña fuerza ajena por completó a él mismo.
Alrededor, la plaza seguía hirviendo en ruidoso bullicio pero sus ecos no
alcanzaban a imbuirle de realidad. Diríase que no estaba allí, que todo era un
sueño, pues nada se mostraba a su alcance y, aún peor, nadie se percataba de su
presencia. Buscó ansioso una mirada a la que asirse, una voz que reclamara su
atención pero todo se alejaba sin remedio rozándole al pasar con eterna
indeferencia.
- ¿Tanto te gustó mi cuento?
Escuchó sus palabras al límite del total
abandono y, como cables salvadores, tiraron de él hasta devolverle a la
realidad con tal violencia que un sobresalto agitó su cuerpo sentado en el
suelo. Aún necesitó unos segundos para saberse seguro de vuelta antes de
atreverse a preguntar.
- ¿Qué me ha pasado? – Y hallándose solo
frente a la muchacha, añadió asustado - ¿Dónde están los niños?
- Todos han marchado ya – contestó
simplemente mientras recogía la manta sobre la que estuvo sentada.
Said la observó con atención en busca de
algún gesto que delatara la extraña naturaleza que le suponía. Convencido
estaba de que era la causante de su incómoda experiencia, pero, lejos de
sentirse atemorizado, ansiaba conocer el modo y sobre todo el motivo que le
había llevado a hechizarlo de tal modo.
- Espera – le gritó al verla dispuesta a
marchar. Mas por sola respuesta obtuvo una corta sonrisa.
- Me llamo Said – insistió, como si aquel
gesto de confianza pudiera hacer que se quedara.
La
joven le miró con tal fijeza que el muchacho se sintió asaltado, vuelto del
revés y al cabo de un instante le volvió a sonreír con una pizca de
satisfacción que llenó su espíritu de desconfianza. Le había reconocido, estaba
seguro de ello; y, aunque no fue capaz de discernir porqué, aquello le sumió en
una profunda inquietud que no pudo calmar con su templanza.
Cuando
la muchacha se despidió en silencio para alejarse lentamente por la plaza, supo
con certeza que volvería a ver su cara de Ángel. Sólo tenía que esperar. De
sobra sabría donde encontrarle.
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