Hubiera preferido no haberlo visto, haberse aguantado las ganas un par de horas más hasta que, al amanecer, hubiera comenzado el trajín habitual de duchas y desayunos tempranos. Hubiera deseado no ser él quien le encontrara llorando, apoyado en la pared, junto a los lavabos, quien, en un vergonzoso y cobarde autoengaño, se hubiera convencido de que estuvo bien ignorar su desazón y hacer como si no le hubiera visto, quien le dejó allí solo y regresó corriendo a su habitación con el alma y la vejiga vacíos. Hubiera preferido no haberse olvidado del asunto ni quitarle importancia cuando volvió a estar frente a él; le hubiera gustado tener el valor de plantarles cara y negarse a humillarle una vez más.
Podría tal vez así haber cumplido el sueño de terminar el curso en Junio y optar a una de las becas Erasmus para continuar la carrera de arquitectura en Italia. Podría haber abandonado aquella ciudad y la casa de sus padres, demostrándose a sí mismo y a todos los demás que aquel no era su mundo y que era más que capaz de cambiarlo por si solo.
Pero ahora era demasiado tarde y el cambio que estaba experimentando, tan impuesto como el resto de los que había sufrido hasta entonces, iba a ser ya definitivo.
Hubiera preferido no haberle vuelto a ver en aquel mismo baño llorando como entonces, lágrimas de rabia esta vez, mientras le hundía la traquea en el cuello, dejándole a merced de una muerte segura que no se detuvo a escuchar ninguno de sus deseos.
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