jueves, 1 de noviembre de 2012

XXXIII


Consintió que la peinara y le hiciera un moño como a Susana y a Lucía, compañeras de la facultad con quienes  compartiría orla en tan sólo unos días, solo tras reunir la repulsa necesaria ante la imagen desaliñada y patética que tenía frente al espejo y rechazar le expectativa de verse para siempre así retratada entre el resto de su promoción.

Miriam no se esmeró tanto como con las otras dos, consciente de que era viernes y temerosa de que, tras la sesión fotográfica, consiguieran convencerla para salir de bares. Charo aún no estaba preparada para recuperar sus (no siempre dignos y saludables) hábitos sociales y, no siendo bienvenida ni sintiéndose ella capaz de alternar hasta las tantas como los otros, iba a sufrir la incertidumbre de sus andanzas encerrada en el modesto cuarto de la residencia.

“A ver si lo vas a estropear luego”, advirtió aplicándole el último toque de laca con un aire muy profesional.

El gesto de Charo en el espejo no reaccionó lo más mínimo.

“Luego llegaréis apestando a tabaco”, vaticinó para disuadirla aún más.

Volvieron a ignorarla con toda la naturalidad del mundo. Miriam tuvo que tragarse toda su rabia y contuvo el impulso repentino y salvaje de golpear a su íntima amiga con el frasco que aún sostenía en su mano derecha.

“Pues ya está”, dijo, recomponiendo la mejor de su sonrisas mientras retiraba la toalla que había colocado sobre los hombros de Charo para proteger del maquillaje los cuellos de su blusa blanca.

Al ponerse en pie, Lucía y Susana no pudieron evitar un sincero gesto de admiración ante la imponente presencia de su compañera. Viéndola así, a ninguna le sorprendía que aquella mujer pudiera provocar reacciones tan extremas como la que llevó a su ex novio a quitarse la vida. Sintiéndose tal vez culpable por haber albergado una vez más ese sentimiento, mezcla de envidia y tristeza, que la hacía responsable de su muerte, Lucía se acercó y la acarició suave en el brazo.

Charo la miró con genuino agradecimiento antes de aceptar la ayuda de Miriam, que sostenía por detrás la chaqueta de punto para que pudiera ponérsela.

Un silencio reverencial la acompañó hasta que salió del cuarto, como si se tratara de una novia camino del altar o un reo dirigiéndose al cadalso.

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