Consintió
que la peinara y le hiciera un moño como a Susana y a Lucía, compañeras de la
facultad con quienes compartiría orla en
tan sólo unos días, solo tras reunir la repulsa necesaria ante la imagen
desaliñada y patética que tenía frente al espejo y rechazar le expectativa de
verse para siempre así retratada entre el resto de su promoción.
Miriam
no se esmeró tanto como con las otras dos, consciente de que era viernes y
temerosa de que, tras la sesión fotográfica, consiguieran convencerla para
salir de bares. Charo aún no estaba preparada para recuperar sus (no siempre
dignos y saludables) hábitos sociales y, no siendo bienvenida ni sintiéndose
ella capaz de alternar hasta las tantas como los otros, iba a sufrir la
incertidumbre de sus andanzas encerrada en el modesto cuarto de la residencia.
“A ver
si lo vas a estropear luego”, advirtió aplicándole el último toque de laca con
un aire muy profesional.
El
gesto de Charo en el espejo no reaccionó lo más mínimo.
“Luego
llegaréis apestando a tabaco”, vaticinó para disuadirla aún más.
Volvieron
a ignorarla con toda la naturalidad del mundo. Miriam tuvo que tragarse toda
su rabia y contuvo el impulso repentino y salvaje de golpear a su íntima amiga
con el frasco que aún sostenía en su mano derecha.
“Pues
ya está”, dijo, recomponiendo la mejor de su sonrisas mientras retiraba la
toalla que había colocado sobre los hombros de Charo para proteger del
maquillaje los cuellos de su blusa blanca.
Al
ponerse en pie, Lucía y Susana no pudieron evitar un sincero gesto de
admiración ante la imponente presencia de su compañera. Viéndola así, a ninguna
le sorprendía que aquella mujer pudiera provocar reacciones tan extremas como
la que llevó a su ex novio a quitarse la vida. Sintiéndose tal vez culpable por
haber albergado una vez más ese sentimiento, mezcla de envidia y tristeza, que
la hacía responsable de su muerte, Lucía se acercó y la acarició suave en el
brazo.
Charo
la miró con genuino agradecimiento antes de aceptar la ayuda de Miriam, que
sostenía por detrás la chaqueta de punto para que pudiera ponérsela.
Un
silencio reverencial la acompañó hasta que salió del cuarto, como si se tratara
de una novia camino del altar o un reo dirigiéndose al cadalso.
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