jueves, 29 de noviembre de 2012

Elías (Entre dos cartas)


- No me lo puedo creer…ahora este…y ¿ella quién es?
El hombrecillo se aturullaba y daba vueltas a una mesita sin prestarles más atención que alguna efímera mirada cargada de rabia y de terror.
Said trató de intervenir pero el otro alzó una mano y negó con la cabeza, los ojos cerrados y el gesto muy dignamente ofendido.
Aurora entretanto se había sentado en un butacón lleno de polvo y descansaba su pierna dolorida al calor de una estufa. Unas cortinas pardas ocultaban la única ventana de la habitación que olía a papel rancio y húmedo. La actitud del hombrecillo había confirmado sus peores presagios, el chico podía hacer lo que quisiera pero ella iba a marcharse de allí en cuanto hubiera recuperado las fuerzas necesarias. Cuando cerró los ojos estuvo segura de que no se dormiría. Durante un rato escuchó el ir y venir del anciano y sus quejas intermitentes cada vez más esporádicas e incompletas.
- Disculpe, señorita, pensé que tal vez tendría frío.
La manta era muy suave pero su olor a alcanfor la había despertado. De inmediato recordó y trató de ponerse en pie de un salto. Pero la pierna le dolía aún más  tras el incómodo descanso y el viejo la obligó a reposar de nuevo con una suave pero firme presión sobre su hombro.
- No debería moverse mucho.
Aurora trató de protestar pero el hombre frunció el ceño y la señaló reprobatorio, con su dedo índice.
- Y vas a tomarte el caldo – añadió dando media vuelta.

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