domingo, 18 de noviembre de 2012

Belén (Entre dos cartas)


Se dio cuenta de que Pedro la miraba. Lo había intuido desde que cruzó por la puerta  pero sólo cuando le vio ruborizarse al devolverle una sonrisa, estuvo completamente segura. La miraba de nuevo, como lo había hecho la otra noche al llegar al parque; solo que entonces no había creído que fuera algo más que un efímero destello de locura, la torpe tentación fácilmente aplacada de conseguir lo que los otros no habían logrado.
Resistió el impulso de comentarlo en voz alta pero aquello la divertía sobremanera y, lejos de sentirse cohibida, empezó a hablar por los codos sin quitarle la vista de encima. Que si que mala cara tenía hoy, que si le encontraba muy serio últimamente y cosas por el estilo, hasta indagar incluso en las causas de las posibles desgracias que le afligían.
- Estás loca, Belén – se defendió torpemente con una sonrisa estúpida.
Pero no estaba dispuesta a dar tregua. Ahora no. Mientras Álvaro no llegara, podría dominar la situación y exprimirla a su gusto hasta donde creyera oportuno. Todos la escucharían, de hecho todos la atendían ya, cuando le preguntara que fue de aquella muchacha que le apartó algunas semanas del grupo antes de dejarle tirado porque la aburría. Sería gracioso oírle decir que tuvo que pedirle que le olvidara. Y es que Pedro era un fanfarrón, como todos, un pobre infeliz dispuesto a burlarse de sí mismo delante de los demás. Por un momento sintió lástima y a punto estuvo de acabar con la broma, pero el muy necio fingía divertirse con orgullo, como si no estuviera hurgándole en el centro mismo de esa herida abierta que le acababa de mostrar.
- Estoy ocupado últimamente – replicó al último de sus dardos con media carcajada que pretendía orientarles hacia algún doble sentido de difícil interpretación.
Por respuesta el gesto serio, casi severo. Nadie reiría si ella no esbozaba la sonrisa que esperaban así que permaneció impasible el tiempo justo para que el otro saboreara su fracaso. Un grado más en el rubor de su rostro y le tendría a punto para preguntarle por qué la miraba. El muchacho se recostó en la silla como si quisiera apartarse del círculo que formaban alrededor de la mesa, pero no pudo evitar las miradas que sentía clavarse en sus ojos. Respiró profundamente intentando recuperar la calma. Seguramente se arrepentía de haberle mostrado interés a aquella chica de pelo oscuro que tenía frente a él; la que estaba a punto de humillarle sin piedad.

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