viernes, 9 de marzo de 2012

Esperando la próxima tormenta

Ayer la radio me sorprendió con una amenaza singular. El sol, esa estrella tan mediterránea a la que algunos llaman Lorenzo, se exhibió hace unos días con un latigazo de fuego que alcanzaría la tierra durante las próximas horas. No tendría consecuencias para la salud, pero podría afectar unos cuantos de esos cacharros que nos resultan indispensables. Asuntos curiosos los del cosmos, que se desarrollan discretos tras una cortina transparente, eternos e inmutables y al mismo tiempo insignificantes y absolutamente intrascendentes, a menos que nos regalen la vista con algún espectáculo celestial o nos pongan patas arriba los sistemas informáticos, nos despisten el navegador o nos frían la tele y el móvil.

Así pues, avisado y precavido, me dispuse a recibir los embates de la tormenta con la incertidumbre de un cielo azul radiante y sin un mal paraguas con que protegerme. Mas (criatura irresponsable) a pesar de las proporciones colosales y lo inevitable del fenómeno, no pude evitar olvidarlo en cuanto me incorporé a la autopista y me vi envuelto en el maremagno de un tráfico del todo terrenal. ¡Yo!, convencido ferviente del mensaje de Sagan, accionista universal de la materia única y compartida, ignoré el impacto sublime del fuego cósmico, enredado en quehaceres mundanos de lo más molestos y vulgares. En vez de hallarme con los brazos abiertos, encaramado sobre la peña más alta, el suspiro del sol debió encontrarme en un despacho, bajo un montón de papeles; y ni siquiera me hizo un guiño en la pantalla del ordenador.

Perdida ya esta oportunidad de forma tan lamentable, me he hecho el propósito de no dejar pasar la próxima y de reconocer y aceptar mi pedacito de gloria eterna en el siguiente gesto magnánimo del universo. Espero para entonces estar a la altura.

2 comentarios:

  1. Hay todo un universo fenoménico rodeándonos y la rutina aprisionando nuestra atención, que fastidio!

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  2. Pero haremos lo posible por no olvidarnos de lo que somos.

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