Supo
que algo iba mal en cuanto le vio entrar con aquella mueca ridícula, burda
imitación de la habitual sonrisa cínica con que gustaba mostrarse delante de
sus “súbditos”. Tal vez sus compañeros lo notaron también pues un respetuoso
silencio se adueñó de la sala mucho antes que el director tuviera oportunidad
de reclamar su atención, pero nadie como él percibió el miedo en la mirada de
Pablo al recorrer su audiencia ni el falso tono tranquilo que empleó al ponerles
al tanto del asunto. Quizás los otros le creyeran, pero él ya conocía la verdad.
Si la policía iba a regresar no era porque tuvieran que hacer inventario de
cuanto Antonio dejaba, ni para cerciorarse de que sus amigos quedaban con bien.
Si volvían por allí sería para buscar un asesino.
Recordó
el impulso, largamente imaginado, de abalanzarse sobre él, la nula resistencia
de sus manos desnudas a agarrarle por el cuello y presionar sin piedad,
indiferente a los inútiles forcejeos del otro. No se arrepintió de aquella
sensación ni siquiera entonces, al pensar que la policía había hallado sus
huellas sobre el cadáver de Antonio y podrían andar tras su pista. Su primer
impulso, sin embargo, al suponerse descubierto, fue escapar de allí antes que
dieran con él. Saldría esa misma noche y marcharía… Comenzó a temblar al
imaginar el frío y la soledad. Comprendió que no podría llegar lejos, que
huyendo de tal forma sólo conseguiría incriminarse aún más. Quizás fuera eso
mismo lo que buscaban, quizás por ello no estaban allí y habían encargado al
director que les pusiera sobre aviso; a todos juntos, en asamblea.
El
alivio que sintió al saberse aún anónimo entre el resto de estudiantes, le
resultó suficiente para afrontar sus comentarios pueriles al abandonar la sala
y sujetar sus pasos de vuelta al dormitorio.
Me resulta muy interesante el contenido de esta historia y de otras que he leido, original y elocuente... hay magia en su pluma!.
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