sábado, 3 de marzo de 2012

Insomnio funesto

El grito le sorprendió mientras aún se debatía entre volver a girarse sobre el colchón o claudicar una noche más y levantarse de la cama. Fue un alarido modesto y escueto como de sorpresa aterrorizada. No escuchó tumultos previos que le pusieran sobre aviso ni posteriores alborotos que confirmaran tragedia alguna. Tal vez por eso mismo intentó convencerse de que no se trataba, como a todas luces parecía, de una mujer, sino de un gato que había pasado bajo su piso. Aguardó, tapado hasta las orejas con la sábana a que algún vecino menos versado en el celo de los felinos, reuniera el cuajo de ponerse en pie y asomarse a la ventana. Sabría entonces si era menester que él se interesara también o si, por el contrario, estaba de más que hiciera el esfuerzo. Pero los siguientes minutos se consumieron en un silencio espeso, de esos que cuesta escuchar, que pesan en los oídos y, a medida que se alargaba la espera, su mente insomne empezó a sugerirle imágenes de muerte y de abandono.

¿Y si hubiera sido realmente una mujer, una chiquilla, tal vez? ¿Y si aún yaciera agonizando en la acera? La sintió temblando al pie de la cama, su sangre derramándose sobre las baldosas del cuarto, con el ímpetu sereno de una bañera que se desborda, humeante, impasible. Se volvió bruscamente contra la pared y se cubrió la cabeza entera, tratando de contener una respiración que se le desbocaba. Sintió como la marea roja alcanzaba el rodapié, unos centímetros por debajo del somier y que se detenía exangüe. Segundos después percibió el roce de las sábanas al apartarse y un escalofrío alcanzarle la nuca, justo antes de que su cuerpo entero se estremeciera al hundirse el colchón a su espalda. La sintió acomodarse junto a él, serena ya, congelada.

Aún sin volverse, con el alma sobrecogida, supo que encontraría la muerte en su cama antes de alcanzar el alba.

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