Mis
dedos posados sobre el teclado del portátil tendido ante la inmensa ventana del
salón. La minúscula hoja blanca en la pantalla, apenas una ínfima fracción
de la escena del jardín:
Un
cielo azul amenazado de nubes apostadas sobre los distintos granates de los
picudos tejados. El mismo viento que las sujeta zarandea la copa frondosa del
coloso que se alza en el centro mismo del cuadrado verde.
Por la
puerta entreabierta de la calle me llegan los olores húmedos de la tormenta
lejana y la hierba recién cortada; se cuelan también la ovación de las hojas
jóvenes, las carreras infantiles y los trinos sorprendidos, arrastrados por
rachas fulgurantes.
Sobre
el murito de piedra, casi al alcance de mi mano, se detiene de espaldas a la
casa; el pelo castaño alborotándosele en la nuca, el abrigo rojo sobre el
pijama. Gesticula mi niña con los brazos, acariciando al vendaval, disponiendo
el vaivén de cada rama, modulando cada nota, mezclando cada color. Me adorna el
mundo con su gracia infinita para que yo lo escriba.
Me dejé llevar por el relato y me atreví a colocar en el lugar de la niña a una mujer que he conocido, espero no haber errado mucho... Pero la sucesión de escenas casi como que me obligaron a volver el texto un poco personal.
ResponderEliminarSaludos!
Toda propia interpretación enriquece le esencia de este y de cada relato.
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