Con frecuencia sucede que la realidad se impone a la ficción y muy pocas veces la mejora. Casi siempre la afea, la torna desagradable y amenazadora a base de lágrimas y muertos. Ayer mismo volvió a hacerlo, justo mientras escribía yo otra verdad paralela (producto exclusivo de mi imaginación), demostrándome tozuda que nada de lo que salga de una pluma evitará su crítica mordaz y en ocasiones, incluso su réplica soberbia y cruel.
Al comenzar este blog me propuse que eludiría referirme a realidades en forma de noticias y aún en estas líneas, me niego a relatar desastres que no se hayan fraguado en mi propia mente. Podréis no obstante los que tenéis costumbre de leerme, descubrir a qué me refiero cuando publique “VII” en los próximos días y entenderéis así la razón de esta nota.
No voy a cambiar ni una letra de lo que hasta ayer escribí y concluiré la entrada como me venga en gana (o en inspiración) pues me niego a que lo real me sujete las fantasías y los deseos. Hecha pues esta declaración de intenciones, sigamos imaginando.
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