miércoles, 29 de febrero de 2012

Divagando sobre un día que sobra

Amanece un veintinueve de Febrero que, no por esperado, resulta menos molesto; un día de sobra en medio de la semana para alargar un mes antipático como pocos; unas cuantas horas extras que quedarán sin paga y transcurrirán sin pena ni gloria, para yacer sepultadas en los almanaques bajo el peso colosal de cuatro años como Dios manda.

No tengo por costumbre afrontar “días bisiestos” con tan poco entusiasmo y tan mala saña; tal vez ni siquiera me hubiera molestado en escribir mis quejas si no fuera por mantener vivo este blog. Por otra parte es muy posible que, de haber caído en sábado, estuviera alabando las excelencias de un tiempo regalado, que dedicar al descanso y al placer; pues, ¿qué mejor manera de ocupar los momentos que nos sobran (y hasta los que nos faltan) que empeñados en ser dichosos a toda costa?

Ser feliz es cuestión de práctica, de buenas costumbres y mejores maneras. Alegrarse por obligación, mirar hacia arriba, atrapar al vuelo los instantes positivos, abrazarlos hasta el siguiente momento de lucidez es algo en lo que deberíamos aplicarnos cada minuto de nuestra existencia. Y si la vida nos concede una prórroga en forma de accidentes casi fatales, curaciones inesperadas u ocasionales veintinueves de Febrero, aprovechémosla sin entretenernos en preguntas, lamentos o exigencias.

Olvidado, pues, mi patético levantar de pie izquierdo y, reconfortado por el infalible efecto del optimismo, me dispongo a apurar con deleite las últimas horas de este día extraño y recurrente.

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