sábado, 11 de febrero de 2012

Silencio reparador

Trató de detallar el espectáculo con un puñado de palabras, aquellas que había leído o escuchado a otros, pero no consiguió más que un burdo boceto de lo que se extendía alrededor sin hacerle justicia al cielo despejado, ni a la luna llena, ni a la helada inmaculada del jardín. Trató pues de describir su frustración con lamentos conocidos que, en su pluma, resultaron falsas quejas de vulgares plañideras. Juró entonces con rabia, blasfemó como tantos otros, culpando de su falta de talento a aquellos que no se esforzaban por entenderle. Redactó impecables cartas de reclamación, anónimos acusatorios y hasta falsas notas suicidas. Pero tampoco aquello mereció la atención de nadie y, al fin, se resignó a guardar silencio.

Calló durante meses con la urgencia inicial, casi incontrolable, de intentarlo de nuevo o de seguir protestando. Al poco, sin embargo, empezó a sentirse vacío y el fracaso fue dejando de doler hasta posársele en el alma como una limpísima pluma.

Asistió mudo al trascurso del invierno con sus noches claras frente a la ventana. Las observó con respeto y cautela, temeroso de volver a emponzoñarlas con sus metáforas podridas y quedó sorprendido por la imponente sencillez de aquella belleza, que no requería de su talento, ni el de ningún otro, para arrebatarle los sentidos.

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