miércoles, 3 de julio de 2013

La pasajera

“¿Hemos llegado ya?” El  pequeño abrió los ojos y las luces fulgurantes de las farolas encendieron de nervios amarillos la ventanilla azotada por el aguacero.

El rugido del motor, que hasta entonces le había arrullado en un sueño inquieto, le resultó de pronto insoportable y la vibración transmitida por la vieja carrocería le obligó a apartar la cara de la puerta sobre la que había apañado un incomodísimo descanso.

Pensó que no le habían escuchado pero antes de insistir con el  acostumbrado “¿cuánto falta?”, escuchó lo que le pareció un sollozo desde uno de los asientos delanteros. No se atrevió a incorporarse para ver quién de los dos lloraba, porque una angustia terrible vino a apoderarse también de él; la misma que le atenazaba cada vez que su padre gritaba o, a la salida del colegio y de camino a casa, mamá le apretaba la mano como si fuera a escaparse, sin decir una palabra y el gesto envenenado de rabia y frustración.

El llanto se interrumpió. El niño intuyó que su madre se giraba desde su asiento, pero él cerró los ojos para que creyera que aún dormía. Los apretó tan fuerte que casi le dolieron pero pensó que así conseguiría dejar de sentir ese miedo repentino y desconocido que no tenía antes de dormir, cuando aún atravesaban campos interminables bajo un cielo nublado en vez de avenidas desiertas entre edificios oscuros que parecían deshabitados.

Al crío le temblaron los dedos al abrir la mano antes de que se la tomara con la dulzura de siempre. Quedaron sujetas sobre el asiento hasta que la soltó y dejó que le acariciara la cabeza. Sintió su anillo enganchársele en el pelo como tantas otras veces pero siguió quieto con los ojos cerrados, por no interrumpir ese momento de paz incomparable. Esbozó una sonrisa al sentir cómo la abuela se inclinaba para besarle y al oído le susurraba: “los dos te quieren mucho…y yo también”.

El niño aspiró profundo ese aroma de rosas viejas que siempre la envolvía y dejó que el sueño acabara con el último rastro de miedo pegajoso.

Antes de caer dormido, escuchó a su padre desde muy lejos:

“Verás como sí llegamos a tiempo”.

La mujer negó con la cabeza, convencida de que a su hermana le había faltado valor para decirle que ya no vería a su madre con vida.

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