“¿Hemos
llegado ya?” El pequeño abrió los ojos y
las luces fulgurantes de las farolas encendieron de nervios amarillos la
ventanilla azotada por el aguacero.
El
rugido del motor, que hasta entonces le había arrullado en un sueño inquieto,
le resultó de pronto insoportable y la vibración transmitida por la vieja
carrocería le obligó a apartar la cara de la puerta sobre la que había apañado
un incomodísimo descanso.
Pensó
que no le habían escuchado pero antes de insistir con el acostumbrado “¿cuánto falta?”, escuchó lo que
le pareció un sollozo desde uno de los asientos delanteros. No se atrevió a
incorporarse para ver quién de los dos lloraba, porque una angustia terrible
vino a apoderarse también de él; la misma que le atenazaba cada vez que su
padre gritaba o, a la salida del colegio y de camino a casa, mamá le apretaba
la mano como si fuera a escaparse, sin decir una palabra y el gesto envenenado
de rabia y frustración.
El
llanto se interrumpió. El niño intuyó que su madre se giraba desde su asiento,
pero él cerró los ojos para que creyera que aún dormía. Los apretó tan fuerte
que casi le dolieron pero pensó que así conseguiría dejar de sentir ese miedo
repentino y desconocido que no tenía antes de dormir, cuando aún atravesaban
campos interminables bajo un cielo nublado en vez de avenidas desiertas entre edificios
oscuros que parecían deshabitados.
Al crío
le temblaron los dedos al abrir la mano antes de que se la tomara con la
dulzura de siempre. Quedaron sujetas sobre el asiento hasta que la soltó y dejó
que le acariciara la cabeza. Sintió su anillo enganchársele en el pelo como
tantas otras veces pero siguió quieto con los ojos cerrados, por no interrumpir
ese momento de paz incomparable. Esbozó una sonrisa al sentir cómo la abuela se
inclinaba para besarle y al oído le susurraba: “los dos te quieren mucho…y yo
también”.
El niño
aspiró profundo ese aroma de rosas viejas que siempre la envolvía y dejó que el
sueño acabara con el último rastro de miedo pegajoso.
Antes
de caer dormido, escuchó a su padre desde muy lejos:
“Verás
como sí llegamos a tiempo”.
La
mujer negó con la cabeza, convencida de que a su hermana le había faltado valor
para decirle que ya no vería a su madre con vida.
Inquietante y a la vez envolvente, me gustó este relato!
ResponderEliminarEs un honor que me leas y un placer que te guste.
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