miércoles, 10 de julio de 2013

San Martín

A pesar del tiempo y la caprichosa fatiga de su memoria, le reconoció en cuanto hizo acto de presencia con aquel porte recio y el gesto concentrado mientras caminaba cabizbajo directo a la palestra. El resto de la audiencia siguió indiferente y apenas decreció el barullo un ápice cuando se dispuso (solemne aunque un tanto perplejo) frente a ellos, empeñado una vez más en encandilarles con aquella manera tan suya de aparentar lo que no era o amedrentarles sin tapujos si su supuesto carisma no causaba el efecto deseado.

A esas alturas, a él no iba a impresionarle ni una cosa ni la otra, pues ya le había visto humillado un par de veces, acorralado en un rincón, con la evidencia del sonrojo asilvestrado y la huida vergonzosa de su mirada falsa. Aquel día, sin embargo, revestido aún de protagonismo, sus ojillos inquietos fueron capaces de componer una vez más ese gesto confiado, casi desafiante, que le había hecho célebre; y, alzado el rostro, ofreció el obsceno espectáculo del tirano que no da la talla pero aún presume de distinciones inmerecidas.

Tal vez gracias a aquel aprendido ceremonial consiguió por fin captar la atención de su público y un silencio expectante se adueñó del lugar. Bajó la cabeza un par de veces más como si olisqueara algo apetecible y su cuerpo entero se estremeció de un placer insano. Cuando volvió a mirarles supo que volvería a triunfar y, exultante, emitió un gruñido discreto, casi tímido, que provocó sonrisas en los clientes más cercanos y una renovada indiferencia en el resto. Sorprendido y presintiendo la inminente desbandada, probó con un grito mucho más estridente y tan desagradable que, lejos de atraerles, alejó aún más a su público y, al cabo de unos minutos de inútiles esfuerzos, quedó solo en su presencia.

No pudo sentir lástima, pero por un momento tuvo la tentación de ofrecer algo por él; no los elogios que esperaba, sino una limosna con que salvarle la vida. Pero el precio por tamaño espécimen excedía con creces cuanto jamás hubiera valido y, rechazada su puja, se lo llevaron al matadero.

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