miércoles, 27 de noviembre de 2013

Álvaro (Entre dos cartas)

Allí estaba, allí había estado siempre, detrás de las tinieblas, esperándola impasible, testigo de su angustia. Tembló de rabia al verlo y una mueca de asco espantó su rostro.
- Así que eras tú.
- Ya era hora, señorita.
- Veintiocho de Diciembre, claro. Ojala lo hubiera recordado antes. Es tan propio de ti.
Belén pasó a su lado sin mirarle y tras varios intentos fallidos metió la llave en la cerradura. Aún temblaba lo suficiente para que las palabras se le destrozaran en los labios.
- Esto no te lo perdono – balbuceó casi en un sollozo.
El muchacho, que había estado apoyado en la pared hasta ese momento, sacó las manos de los bolsillos, se irguió y volvió hacia ella un gesto de incomprensión que a Belén le supo a burla.
- Eres la persona más ridícula que conozco, estás loco.
- Pero bueno, ¿qué te pasa?
- Me has… – se le quebró la voz y prefirió callar.
Le dio la espalda y empujó la puerta.
- ¡Belén!
No respondió, pero se volvió a mirarle.
- Si te marchas no vas a saber que pinto aquí esta noche – dijo el muchacho con un logrado aire de misterio.
- Claro, estoy deseando oírlo – replicó con tanta ironía que el otro se quedó cortado, sorprendido por la falta de interés que su presencia, de habitual deseada, parecía despertar en Belén aquella madrugada.
Pero lejos de sentirse desanimado, reaccionó a tiempo para recuperar su eterna superioridad.
- No podías dejar de verme un día como hoy.
- ¿No?
Casi se puso colorado esta vez; aquello empezaba a desagradarle de verdad.
- Aún podemos gastarle una broma a alguien.
- ¿No has tenido suficiente?
La miró sorprendido, como si la cosa no fuera con él.
- Ten cuidado, no vayas a encontrar un fantasma que te pida que le sigas.
Como el rostro de su amigo siguió sin mudar su asombro, continuó:
- Reconoce que te has pasado.
No supo muy bien porqué, pero eso sí le ofendió. Dio un paso hacia ella para protestar pero Belén respondió de inmediato cerrando la puerta de un violento empujón.
- Además, no has conseguido asustarme lo más mínimo.
        Oyó como subía corriendo las escaleras. Se había quedado a un palmo de la puerta con la mano derecha apoyada en el marco de madera. Le aterraba admitirlo pero había sido incapaz de evitar acabar de tal manera. Vapuleado por aquella… Ya sabía, ya, que no merecía la pena. Aún esperó unos minutos, convencido en el fondo de que sólo una inocentada podía justificar aquella situación, pero como el frío no sabía de bromas, tuvo que apartarse del portal y, tras mirar furtivamente a su ventana, se alejó a toda prisa calle abajo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario