jueves, 14 de noviembre de 2013

La liebre

Aceleró al sentir su presencia más cercana pero se aseguró de no alejarse demasiado y mantener así su ritmo prometedor.

Apenas restaban tres vueltas para el final. Le pareció sentirse inusualmente cómodo a esas alturas (las piernas  respondiendo aún a los latidos regulares y la respiración todavía controlada de su pecho) y tuvo que resistir la tentación de apretar algo más el paso, consciente de su papel imprescindible mas secundario.

Al comenzar la penúltima vuelta percibió a los aspirantes alborotándose por detrás. Girando a medias la cabeza comprobó que algún osado empezaba a testar las fuerzas de los favoritos y que el grupo se estiraba de manera irreversible.

Algo más que su orgullo profesional le animó a forzar un nuevo acelerón y volvió a comprobar con sorpresa que su cuerpo respondía como nunca antes.

La persecución se desbocó en zancadas descomunales pero la distancia que les separaba apenas se había reducido cuando cruzaron la línea de meta por penúltima vez.

La liebre se sintió flotar sobre la pista como si ya no necesitara posar los pies para seguir corriendo. En su pecho dejó de sentir las sístoles violentas y sus pulmones dejaron de dolerle. Al enfilar la recta final, el griterío del público enmudeció en sus oídos y todo cuanto vio fue el vació más delicioso interponerse en su camino hacia la gloria.

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