Allí estaba,
allí había estado siempre, detrás de las tinieblas, esperándola impasible,
testigo de su angustia. Tembló de rabia al verlo y una mueca de asco espantó su
rostro.
- Así que eras
tú.
- Ya era hora,
señorita.
- Veintiocho
de Diciembre, claro. Ojala lo hubiera recordado antes. Es tan propio de ti.
Belén pasó a
su lado sin mirarle y tras varios intentos fallidos metió la llave en la
cerradura. Aún temblaba lo suficiente para que las palabras se le destrozaran
en los labios.
- Esto no te
lo perdono – balbuceó casi en un sollozo.
El muchacho,
que había estado apoyado en la pared hasta ese momento, sacó las manos de los
bolsillos, se irguió y volvió hacia ella un gesto de incomprensión que a Belén
le supo a burla.
- Eres la
persona más ridícula que conozco, estás loco.
- Pero bueno,
¿qué te pasa?
- Me has… – se
le quebró la voz y prefirió callar.
Le dio la
espalda y empujó la puerta.
- ¡Belén!
No respondió,
pero se volvió a mirarle.
- Si te
marchas no vas a saber que pinto aquí esta noche – dijo el muchacho con un
logrado aire de misterio.
- Claro, estoy
deseando oírlo – replicó con tanta ironía que el otro se quedó cortado,
sorprendido por la falta de interés que su presencia, de habitual deseada,
parecía despertar en Belén aquella madrugada.
Pero lejos de
sentirse desanimado, reaccionó a tiempo para recuperar su eterna superioridad.
- No podías
dejar de verme un día como hoy.
- ¿No?
Casi se puso
colorado esta vez; aquello empezaba a desagradarle de verdad.
- Aún podemos
gastarle una broma a alguien.
- ¿No has
tenido suficiente?
La miró
sorprendido, como si la cosa no fuera con él.
- Ten cuidado,
no vayas a encontrar un fantasma que te pida que le sigas.
Como el rostro
de su amigo siguió sin mudar su asombro, continuó:
- Reconoce que
te has pasado.
No supo muy
bien porqué, pero eso sí le ofendió. Dio un paso hacia ella para protestar pero
Belén respondió de inmediato cerrando la puerta de un violento empujón.
- Además, no
has conseguido asustarme lo más mínimo.
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