La actitud indignada de la madre no mudó lo más mínimo (más
bien al contrario) al identificarse el inspector y Andrés no tuvo más remedio
que interponer una torpe disculpa y argumentar cierta urgencia que él mismo no era
capaz aún de tomar en serio.
Un par de semanas atrás, la chica había ya eludido declarar,
aduciendo problemas de salud y su reciente hospitalización estaba retrasando
aún más su colaboración. De poco sirvió que se empeñara en aclarar que no
pretendía interrogarla formalmente sino simplemente confirmar si, como proclamaba
la que decía ser su íntima amiga, cierto compañero de su malogrado exnovio le
había confiado una secreta infidelidad del muchacho. A la madre de Charo aquello
vino a sonarle a velada acusación y de inmediato se posicionó a la defensiva,
mentando a la desesperada abogados y denuncias varias.
Andrés evitó su mirada directa. Él mismo había insistido en
forzar la cooperación de su hija en cuanto se supo de la tremenda humillación
pública a la que había sometido al psicólogo tan solo unos minutos antes de que
le abrieran la cabeza y le arrojaran al río. Unido a su ya conocida relación
con la primera victima, aquello la convertía en principal sospechosa pero, dada
la crisis de ansiedad que los acontecimientos le habían provocado y llevado al
hospital, a sus superiores no les resultó apropiado apoyar su inmediata
intervención y la posteriores, inequívocas y claramente fidedignas
declaraciones de tres de sus amigas la exculparon con coartadas aparentemente
definitivas que aliviaron la urgencia por ponerla ante la justicia.
“Señora”, consiguió interrumpir, “no estoy insinuando que su
hija tenga que ver con la muerte del chico”.
El inspector se detuvo un instante al comprobar que la mujer
callaba también. No quería desvelar su fuente, pero tal vez la madre pudiera a
sí mismo aclarar sus dudas.
“Comprendo que no esté en condiciones de hablar conmigo y me
marcharé sin molestarla”. El inspector consiguió relajar el gesto de la mujer.
“Pero a lo mejor puede usted ayudarme a aclarar cierto asunto”.
La madre de Charo se sujetó los bordes de la chaqueta y se
cubrió cruzando, tensa, los brazos sobre el pecho.
“Parece ser que Charo supo que Antonio estaba con otra
chica”.
“Ya habían cortado cuanto se mató”.
El inspector pasó por alto la intención de la mujer por
tratar de evitar hablar de asesinato.
“Al parecer se lo dijo otro muchacho de la residencia de
Antonio”.
La mujer meneó la cabeza en un signo de frustración.
“Mira que se lo advertimos”.
“Que no era de fiar”, casi preguntó Andrés.
“Pero, como siempre, a nosotros ni caso”.
Al inspector le pareció oportuno dejar que meditara sus
próximas palabras.
“Tuvo que venir un extraño a abrirle los ojos”.
Ella suspiró incómoda y pareció dar por concluida su
declaración.
“Quizás ese extraño no dijera la verdad y sólo pretendiera perjudicar
al otro”.
La mujer volvió a negar, esta vez convencida de que estaba
en lo cierto.
“Muchas cosas hace bien…”, empezó. Y se detuvo con una duda
corrosiva que la salida al pasillo de una enfermera que se dirigió hacia ellos,
despejó de un plumazo.
“…pero mi hija es una mentirosa de lo más torpe. Cuando me
confesó que andaba con otra y le sugerí que no sería la única, me juró que no era
ese tipo de persona, que no tenía motivos para dudar ni para tenerle miedo”.
La enfermera se excusó al interrumpirles para informar que
Charo estaba preparada para la visita. El inspector se apresuró a despedirse
con un gesto leve de su cabeza que la mujer aceptó en silencio antes de seguir
los pasos de la joven hasta la habitación de su hija.
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