El instante
decidió quedarse un poco más, animado por la absoluta inexistencia que le
rodeaba. Avanzó cauto por aquella vasta extensión de vacío y de
silencio y se observó estirado desde el comienzo mismo, creciendo necesario e
imparable.
Pronto descubrió
el placer incontrolado de continuar, de ocuparlo todo y, al cabo, comenzó a
olvidarse de lo que fue y de dónde había partido. Una eternidad pasó devorando
soledades pero jamás alcanzó el límite de aquella nada. Exhausto, el instante
se detuvo y pensó que quería regresar.
Mas al
volverse, ya no vio más que una masa gigantesca palpitando ansiosa por seguir;
un número infinito de momentos que, al ver que no avanzaba, le engulleron sin
piedad y olvidaron para siempre.
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