Su
apabullante superioridad le provocó una cierta desilusión. Después de todo
nadie había opuesto siquiera una simbólica protesta y, hasta el último de ellos
asistía postrado a su desfile con gesto y maneras inalterados.
Había
admirado la gloria de otros con el ansia casi enfermiza de saborear algún día
aquel mismo éxtasis. Había anticipado alabanzas, vítores y ofrendas; silencio
tal vez, mas respetuoso y solemne; y si no, miedo, rabia, odio al menos con que
saberse reconocido por cuanto, a sus órdenes, se había conquistado. Nunca la
indiferencia eterna de millares de ojos secos que ni siquiera le clavaron una
mirada de desprecio mientras le abrían paso entre montones de cadáveres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario