viernes, 24 de diciembre de 2021

Nochebuena

Corremos por guijarros congelados,
el aliento empapando la bufanda,
los primos no dan tregua en la batalla
de chiflas, pescozones y de abrazos.

Los padres se retrasan cada año
enredados en cánticos de espadas
y después amenazan bofetadas
si no tiramos recto para el gallo.

Carlitos escondió su pandereta
y al trote tintinea el muy tunante.
Le sigo en arrebato de corneta
como escudero a caballero andante.
Mi brújula, mi estrella rutilante,
el héroe de la infancia que aún me espera.

lunes, 13 de diciembre de 2021

Sin importancia

Alicaído le encontraron. Sin una pizca de la gracia que solía desprender, el gesto sombrío, el hablar escueto, lento y apenas perceptible. Los que consiguieron alzarle la mirada se la hallaron vidriosa y evasiva, casi temerosa aunque más bien hastiada. De tan huraño aspecto empezaron a recelar los que menos le conocían pero al poco empezaron a evitarle incluso sus más allegados. A distancia le observaron apocarse, encogerse en una quietud nada apacible y a cada paso alejándose, fue haciéndoseles más y más pequeño. Cuando ya no pudieron distinguirle, les pareció oportuno no darle importancia y al cabo de unos minutos empezar a olvidarle.


miércoles, 31 de marzo de 2021

Él

Es miércoles. Paseo intranquilo por las calles vacías esperando a que anochezca. Me acuerdo de verle pasar entre los suyos en silencio, a la luz de cirios encendidos. No es la primera vez que le busco sin éxito, que regreso con el alma vacía, pero nunca hasta hoy había compartido el desaliento de tantos otros, huérfanos como yo, en este tiempo de tinieblas.

 

Es mi camino una mezcla de adoquines inestables, tierra y barro y en las sombras apenas se distinguen contornos del pasado de oníricas visiones. Entre ellos, como un destello efímero, se desliza de pronto su presencia, inconfundible incluso desde la distancia. Me detengo entonces, seguro de que viene hacia mí pero al mismo tiempo incapaz de dar un paso más, paralizado por la excitación, tratando de calcular un saludo, un halago, cualquier cosa con que llamar su atención. Todo en vano, pues mudo recibo su mirada tranquila al pasar a mi lado y el suave tacto de su mano en mi hombro invitándome a seguirle.

 

Me uno pues a aquellos que le acompañan, mantengo su ritmo sosegado a distancia prudencial, pues aún experimento un respeto rayano en el temor. Los gestos que me rodean instilan, sin embargo, una paz desconocida que me arroba por momentos. Nada se escucha sobre el rumor de nuestros pasos y una esquila cercana que viene por detrás. En silencio continuamos por senderos que apenas reconozco mas presiento seguros como ningún otro lugar. Cuando por fin nos detenemos, no siento cansancio ni apetito alguno. A unos metros le observo volverse hacia nosotros, desprenderse de su hatillo y sentarse sobre una roca. Se mesa el cabello y se tienta la ropa sobre los brazos como si tuviera frío. Pronuncia algo que no puedo entender y continúa hablando mientras me siento alrededor como todos los demás.

 

Se mueve despacio y habla pausado, como si acariciara las palabras, dotándolas de un gusto embriagador imposible de ignorar. Escucho con la certeza del entendimiento, aprendiendo en cada frase, en cada gesto. Su lógica es sencilla y abrumadora, pura como las miradas que nos dedica. Sin atisbo de vanidad comparte esa grandeza con un entusiasmo sereno de buen maestro y en su voz se va entregando poco a poco, por entero. En uno de sus silencios, cierra los ojos y los abre alzando al cielo una mirada que parece de angustia. Sé que tiene miedo y me estremece lo que habrá de sucederle. Él también lo sabe, como todo lo demás. Pero sonríe al fin en una muestra de valor incalculable, como si anticipara la gloria que le aguarda.

 

Entonces decide que es hora de marchar. Muy despacio se levanta y camina lento entre los que le observamos sentados en el suelo. Al llegar hasta mí, posa la mano en mi cabeza como hizo con el resto. Siento un temblor ligerísimo de sus dedos al tiempo que una pena inmensa que me impulsa a sujetarle, a no dejarle ir. Pero no me muevo. Ni él se demora un solo instante más.

miércoles, 3 de febrero de 2021

Inestable

 El aluvión de alabanzas le sorprendió frente a las cajas de pastillas y el vaso de agua medio vacío. Llegaron en tropel con un escándalo de gruñidos que alteró el silencio que había creído eterno. Le llevó un par de minutos amasar un sentimiento parecido a la curiosidad pero que en su caso era solo la costumbre enfermiza de no dejar nada pendiente. Demasiado tarde, se arrepintió de no haberlo apagado y con desgana comenzó a leer los mensajes en su teléfono móvil. En su mayoría escuetas expresiones de alegría y parabienes con algún que otro agasajo más elaborado que le exigió exprimir su maltrecha concentración, provocándole un pinchazo de dolor distinto al de los últimos tiempos, real y en las tripas, lejos de aquella sombra malsana que le pesaba en el alma hasta inundarle de tinieblas. Los elogios, aun lejanos y tal vez falsos, avivaron un rescoldo, pobre aliento que apenas logró exhalar al aire gélido del cuarto.


Se levantó y por no dar la luz avanzó a tientas hasta la ventana. Sobre el alféizar el cuaderno abierto por la misma página húmeda del frío del cristal. Las palabras conocidas, repetidas mil veces, se hacían notorias por momentos, a distancia, como una exhalación. Resistió la tentación de destrozarlo, consciente de que ya no había marcha atrás y levantó la persiana enfrentándose al resplandor dorado de la ciudad con un arrebato de nostalgia. Como en sueños del pasado, se le presentó excesiva y opulenta, falsa de belleza exagerada. Supo que fantaseaba pues aun habiendo sido real, él no estaba allí, no había estado en una eternidad, la misma que resumían las historias que florecían tardías por las redes sociales. Saboreó sin embargo cada aroma de tascas y balcones, el frescor del aire limpio de cielos rasos almenados. La tierra y el granito le arroparon suaves junto a aquellos que dejó y  otros muchos acogidos a la paz de la meseta.

Encendió la luz. Ignorando el caos del cuarto volvió a sentarse a la mesa. Los mensajes continuaron llegando mientras manipulaba el teléfono en busca de una canción. Cuando empezó a sonar, lo posó junto a las cajas vacías y el vaso de agua medio lleno. Inestable. Jorge Marazu cantaba a alma descubierta y la suya se estremeció de miedo y de esperanza.