Tan
pronto se encontraron solos en la portería, Miguel Ángel se arrepintió de
haberle preguntado. Con gesto nervioso se pasó una mano por la frente aún
caliente como si la fiebre de los últimos días pudiera justificar tamaña
torpeza; un signo tal de debilidad que no sólo iba a infundirle al portero una
sensación de excesiva confianza sino que, a buen seguro, convertiría sus
inquietudes en dominio público.
Mariano,
por su parte, también se sentía incómodo con el repentino gesto del muchacho y
su propia disposición a un dialogo que podía serle de lo más inconveniente. Si
lo que sabía valía dinero no iba a compartirlo con el chico; pero de alguna
manera sentía la necesidad de contárselo a alguien, especialmente al percibir que
el veterano también andaba tras algo que la policía aún podía ignorar. Apoyado
en el mostrador con los brazos cruzados y tratando de no mudar el gesto, dejó
que Miguel Ángel fuera el primero en hablar, pero al no soltar prenda el chico
(que parecía haber mudado de pronto su presencia vulnerable) no pudo por menos
que comenzar diciendo:
“Ese
día había un jaleo que como para acordarse”.
“Claro”,
aceptó el estudiante.
“¿Entonces?
El
chico se encogió de hombros y Mariano meneó la cabeza.
“¿Quién
iba a entrar en su cuarto con lo asustados que estabais todos?”
Miguel
Ángel le miró con una sonrisa irónica y el portero tuvo que asentir cuando el
muchacho apuntó:
“Seguro
que todos no”.
“Bien
muerto le había dejado”, aceptó el hombre.
“Pero
tal vez se olvidara de algo”.
“¿Qué
quieres decir?” Marino sonó
excesivamente intrigado por aquello.
“Alguien
sacó algo de ese cuarto. Un enfermero de los que se llevó el cuerpo lo vio
aquella tarde” añadió por fin con cierto alivio.
Mariano
bajó la mirada y se sujetó las manos para que no le temblaran.
“¿El
qué?”
“Tal
vez algo que le incriminara”, conjeturó.
“¿Un
pedazo de papel?”
La
intensa mirada con la que Miguel Ángel le devolvió la pregunta le obligó a
girarse hacia el tablón que colgaba de la pared, como si de repente hubiera
recordado algún quehacer pendiente.
“No le
cuentes esto a nadie”, le pidió Mariano al volverse de nuevo hacia él.
Había
decidido que, fuera como fuese, debía distraer al muchacho de aquella idea
absurda sobre una prueba escrita que bien podía haber pasado por sus manos y
había destruido de forma tan irresponsable.
“Prométemelo”,
insistió.
Miguel
Ángel asintió en silencio. El portero había conseguido que no persistiera, pero
iba a tener que traicionar a Pablo.
“No
todos aquí sois trigo limpio”.
El
estudiante no pudo evitar una carcajada corta que no sólo le dolió en la
garganta.
“Un
delincuente capaz de cualquier cosa”, continuó Mariano con desprecio.
“¿De
quién hablas?”
El
portero hizo un gesto de rechazo con la mano. Bastante le había contado ya.
“Sólo
te digo que no debería haber sido aceptado…Y que bien merecidas tuvo aquellas
novatadas”.
“¿Es
alguno de los nuevos? ¿Qué hizo?”
“No
puedo decirte más”, concluyó acercándose a la puerta. “Ya hablaremos otro día”,
le despidió mientras le invitaba a salir. “Y de esto ni una palabra”.
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