Aprovechando
un instante de inusitada calma y a fin de aligerar el peso acumulado de lo
cotidiano, traté de distinguir lo primordial de lo intrascendente. Hube para
ello de recopilar momentos, presencias, palabras, silencios… Todo aquello que
pudiera provocarme un nudo en el estómago, una inspiración de aliento reparador
o creativo, una inquietud, una esperanza.
Pero tras
arduos esfuerzos me reconocí incapaz de adjudicar valores justos e imparciales;
de otorgar contenido a frases huecas, buenas intenciones a miradas aviesas,
relevancia a personajes insignificantes (todos ellos aparentemente necesarios y
ciertamente inevitables).
Concluí
por tanto que nada ha de ser imprescindible por mucho que lo pretendan y que
sólo recubierto de una pátina de escepticismo y una buena dosis de hipócrita
paciencia será posible caminar ligero entre tanto caos.
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