No son como antaño fueron
esos mares,
los recuerdo más azules y
valientes;
la arena de las playas se ha
ensuciado
de basuras modernas
y las olas se han callado
ahogadas en el ruido de las
gentes.
Ya no es el mismo el sol de
mis recuerdos,
se ha alejado más de Dios
disfrazado de nublado
y, cansado de toldos y
sombrillas,
estampa su venganza en
nuestros cuerpos.
Extraño los tejados rojos de
paredes blancas,
las palmeras quietas en los
parques secos,
los caminos de polvo hacia
el kiosco
perdidos entre campos y
solares.
Ya no gritan los muchachos
en las calles,
no me venden baratijas de
nevera
de envoltorios desteñidos,
pegajosos,
ni le saben los vinos a
casera
a mis labios rodeados de
sonrojo.
Ya no huelen las novelas
a papel a polvo y sal;
se han borrado tantas letras
de las hojas
que avanzo temeroso en sus
historias,
perdido el aliento en la
premura
de hallar algo que me vuelva
a emocionar.
No quisiera creer en tanto
olvido,
he llegado a dudar de mi
memoria;
si me quedo en la noche
junto al mar,
donde el oscuro silencio
no distingue entre los
tiempos,
encontraré mi cadáver de
chiquillo,
mar
adentro, arrastrado por las olas.
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