jueves, 2 de julio de 2015

Efectos del calor

Otra mañana de ventanas abiertas. Un fulano subasta carne para barbacoa en un mercado cercano. Si me abstraigo de su inglés  de Liverpool, diría que escucho el soniquete machacón del colchonero lanero; un tanto más sutil, eso sí, y sin Georgi Dann de música de fondo.

Nostalgias de afiladores y megáfonos pregonando el paso fugaz del Mayor Espectáculo del Mundo. Ese que plantaba su carpa en el solar tras la estación de autobuses, donde por un par de días languidecían fieras famélicas tras los barrotes sucios de sus jaulas; leones que asustaban menos que los chuchos que, por aquel entonces, campaban a sus anchas por toda la ciudad, pero que aún alimentaban nuestras fantasías en blanco y negro de Primera Sesión. Johnny Weissmuller metido en la centrifugadora, abrazado a un cocodrilo de trapo o cabalgando frenético a lomos de un rinoceronte desbocado mientras le daba lo suyo con aquel cuchillito del todo a cien. Nada que ver con la “albaceteña” que Curro Jiménez se sacaba del fajín; una faca imponente que a nosotros nos compraban de plástico en el Kiosco. El primo tenía una pequeñita de verdad que usábamos para afilar palitos mientras esperábamos que el sol dejara de picar sentados a la sombra de un árbol a cierta distancia de donde las madres retiraban las viandas de la mesa plegable de vuelta a las fiambreras y los bolsos nevera. Hasta dos horas y media, según la manías del padre, tío o tía de turno, había que esperar para meterse en el río, que se le temía más a los cortes de digestión que a cualquier nublao de aquellos que solían organizarse ya de tarde a zambombazos luminosos y goterones de lluvia caliente. De vuelta a casa, parados en el camino de tierra con las ventanillas bajadas, aguardando que pasara el tren y se alzara la barrera, la noche había quedado fresquita y las cigarras dejaban por fin que los grillos siguieran con la cantinela. Casi dormidos alcanzábamos un colchón y una sábana arrugada donde caer rendidos tras otra jornada eterna y victoriosa que había de repetirse inalterable hasta que en Septiembre forráramos los libros de texto. Día tras día, noche tras noche.


El mercado ha recogido algo más temprano de lo habitual y la temperatura se ha desplomado a valores más propios de esta isla. Epílogo de una extraña mañana y una noche asfixiante de soñar pesado, casi doloroso.

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