Otra mañana de ventanas abiertas.
Un fulano subasta carne para barbacoa en un mercado cercano. Si me abstraigo de
su inglés de Liverpool, diría que
escucho el soniquete machacón del colchonero lanero; un tanto más sutil, eso sí,
y sin Georgi Dann de música de fondo.
Nostalgias de afiladores y megáfonos
pregonando el paso fugaz del Mayor Espectáculo del Mundo. Ese que plantaba su
carpa en el solar tras la estación de autobuses, donde por un par de días
languidecían fieras famélicas tras los barrotes sucios de sus jaulas; leones que
asustaban menos que los chuchos que, por aquel entonces, campaban a sus anchas
por toda la ciudad, pero que aún alimentaban nuestras fantasías en blanco y
negro de Primera Sesión. Johnny Weissmuller metido en la centrifugadora,
abrazado a un cocodrilo de trapo o cabalgando frenético a lomos de un
rinoceronte desbocado mientras le daba lo suyo con aquel cuchillito del todo a
cien. Nada que ver con la “albaceteña” que Curro Jiménez se sacaba del fajín;
una faca imponente que a nosotros nos compraban de plástico en el Kiosco. El primo
tenía una pequeñita de verdad que usábamos para afilar palitos mientras esperábamos
que el sol dejara de picar sentados a la sombra de un árbol a cierta distancia
de donde las madres retiraban las viandas de la mesa plegable de vuelta a las fiambreras
y los bolsos nevera. Hasta dos horas y media, según la manías del padre, tío o
tía de turno, había que esperar para meterse en el río, que se le temía más a
los cortes de digestión que a cualquier nublao de aquellos que solían
organizarse ya de tarde a zambombazos luminosos y goterones de lluvia caliente.
De vuelta a casa, parados en el camino de tierra con las ventanillas bajadas,
aguardando que pasara el tren y se alzara la barrera, la noche había quedado
fresquita y las cigarras dejaban por fin que los grillos siguieran con la
cantinela. Casi dormidos alcanzábamos un colchón y una sábana arrugada donde
caer rendidos tras otra jornada eterna y victoriosa que había de
repetirse inalterable hasta que en Septiembre forráramos los libros de texto. Día
tras día, noche tras noche.
El mercado ha recogido algo más
temprano de lo habitual y la temperatura se ha desplomado a valores más propios
de esta isla. Epílogo de una extraña mañana y una noche asfixiante de soñar pesado,
casi doloroso.
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