La sensación de caer era bien
distinta a cuantas antes había experimentado y, desde luego, mucho más
desagradable que su opuesta. Hasta entonces sólo había ascendido; a ritmos
variables según los medios que le llevaran, mas siempre hacia arriba, muy
derecho, sin trabas ni sobresaltos.
Por eso le sorprendió aquel
repentino cambio de tendencia.
Lo primero que echó en falta fue
ese apoyo suave, casi imperceptible bajo las nalgas y, de inmediato, el peso
desconocido de sus piernas pendiendo como inertes en el vacío. Tal vez también
por la sorpresa o la misma gravedad, sus intestinos perezosos despertaron
alarmados desatando una urgencia que a duras penas logró controlar mientras
buscaba algo a lo que asirse por no irse de tal manera. Mas nada de cuanto le
rodeaba parecía más proclive que él mismo a mantenerse en el aire y alguno de
aquellos pertrechos empezaron a caer sin aguardarle. Los observó alejarse con
mucha más rabia que nostalgia, apenas preocupado por su creciente falta de
impulso. A la fuerza, pensó, había de ser algo pasajero, un error ajeno que al
instante sería subsanado. Pero al cabo de unos segundos se detuvo por completo
en un punto intermedio entre el cenit y el fondo aborrecible del que había
partido.
...Un efímero instante suspendido en
la más absoluta soledad...
Justo antes de emprender el
regreso, desplegó unas alas magníficas e inútiles que jamás supo como usar.
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