domingo, 8 de septiembre de 2013

XLIII

Volvió a soñar con ella y, como siempre, despertó angustiado por terribles pesadillas. Su mente enfermiza, empeñada en imaginar lo que sucedió desde aquel fatídico día, le ilustraba la tragedia de manera tan cruda que apenas era capaz de recordarla tal como la había conocido. Era, sin embargo, amparados en la impunidad de un dormir frágil y temeroso, cuando la rabia y el remordimiento le torturaban sin piedad con sueños truculentos; y el horror por verla así, añadido a la añoranza de lo que ya jamás sería, le sumían como aquella noche en una desazón cercana al delirio.

Giró sobre el colchón por no levantarse pero del otro lado le esperaban peores fantasmas; aquellos de cuyas muertes sí se sentía responsable. De repente, como una revelación, su mismo final se le presentó a él inevitable y apetecible; el único eterno remedio para tanto desconsuelo. No tuvo esta vez que imaginar el modo ni lamentar otra excusa cobarde para evadirla. Al volver a cerrar los ojos comprendió con una certeza desgarradora que esta vez no habría manera de declinar su reclamo tentador y que de una vez por todas había llegado su hora.

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