Un ratón temeroso vivía en una madriguera
gobernada con mano firme por una rata imponente. Cada vez que algo salía mal la
rata no paraba hasta hallar un responsable y, cuanto más difícil era dar con
él, más duro era el castigo.
Como casi nunca resultaba claro quien, de
entre la multitud de roedores, provocaba cada fallo, el ratón temeroso empezó a
sentirse culpable ante el mínimo percance y, por evitar mayor castigo, se
declaraba responsable de inmediato.
El resto de los ratones, al saber que alguien
más pagaría por sus errores, empezaron a relajarse y a descuidar su trabajo,
así que al poco tiempo los fallos se multiplicaron y fueron agravándose.
Un día que la madriguera fue descubierta por las
voraces comadrejas, la rata convocó a todos sus ratones y bramó por el
culpable. De inmediato todos miraron al ratón cobarde que, al instante, volvió
a admitir:
- Seguro que fui yo.
La rata le miró furiosa pero esta vez no le
castigó.
- Me disgusta tu torpeza – le dijo – tanto
como admiro tu valor. Ningún otro habría reconocido su culpa por un descuido
tan grave.
Y, creyéndole en verdad el más valiente del
grupo, decidió enviarle a parlamentar con las hambrientas comadrejas, que
merodeaban alrededor tratando de hallar el modo de entrar en la madriguera.
El ratón cobarde no pudo negarse y temblando
salió al encuentro de sus enemigas, con
la esperanza de que creyeran que allí sólo vivía él y que estaba tan enfermo
que les haría daño al estómago si le devoraban.
Pero las comadrejas intuyeron que mentía y,
al primero de sus gruñidos, el ratón les contó todo cuanto querían saber.
Después y en un santiamén se le zamparon de un bocado y siguieron con todos los
demás que hallaron escondidos en su guarida.
Cada cual ha de
hacerse responsable de sus actos pero no de los de otros. Si asumes errores
ajenos o les cargas tus culpas a los demás, acabarás pagando con creces.
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