Ralentizó el paso y casi sintió que le embestía por detrás, como si marchara pegado a su espalda. No podía calcular por cuánto tiempo llevaba siguiéndole pues guardaba un silencio desconocido hasta entonces. Hacía meses ya que creyó haberse librado para siempre de su presencia pero, tal vez, tan solo callaba aguardando la oportunidad de volver a tomarle por asalto. Parte de las sensaciones de aquellos tiempos se agolparon en su mirada y por un momento sintió el vértigo de verse arrastrado de vuelta al abismo. Pudo haberse girado, encarar su presencia con la osadia que había fingido durante meses. No le habría faltado valor esta vez, pues tan aterrador le resultaba acabar entre sus fauces como sentir su amenaza para siempre. Recordó la distancia, el desamparo, la miseria de aquellos días enredados en memorias confusas y malsanas. No pudo dar un paso más y se detuvo. Aguardaron los dos inspirando profundo; la bestia aún a su espalda, tensa pero quieta, expectante, tal vez curiosa; él tranquilo otra vez, consciente de su presencia inevitable.
Se derramó un instante que duró una vida. Sin volverse, extendio la mano hacia atrás hasta sentir el aliento húmedo en su piel. Consiguió sujetar el pulso ofreciendo aún la palma abierta y el jadeo fue calmándose hasta acompasarse a su propia respiración. Apartó la mano y echó a andar despacio, con parsimonia, seguro de que aún le seguía, que lo haría eternamente. Y a cada paso sintió crecer una fuerza extraordinaria que le envolvía y le llenaba, tan propia como ajena, desde el centro mismo de ninguna parte.
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