Como la vida misma, imprevisible
y caprichosa. Siete meses después de la última entrada y agitado aún por el
zarandeo inclemente de avatares hasta ahora desconocidos, me dispongo a testar
las constantes vitales de este blog y la capacidad o tal vez simplemente las
intenciones de su autor por sacarlo adelante.
Echando la vista atrás pienso que
quizás pecara de ingenuo cuando me declaré escritor profesional deseando, casi
en secreto, poder dedicarme en exclusividad a esto. Nada más lejos de la
realidad, que se mostró tajante y despiadada y que, a golpes, me colocó de
nuevo en el lugar que, al parecer, me corresponde. A partir de entonces un
silencio obcecado se me agarró a las palabras como una sentencia que acepté
gustoso, casi aliviado, renegando de arrebatos creativos cualesquiera y
ahuyentándome las musas a bofetadas que dolían mucho más por injustas que por
certeras.
A fin de evitarme rubores
innecesarios, opté así mismo por abandonar lecturas obsesivas con la esperanza
de que personajes antiguos y recientes dejaran de asomarse a mis noches
insomnes. Vano esfuerzo, pues aquellos cuyas andanzas concluyeron forman parte
ya de mis frustradas personalidades y, dotados de virtudes de las que carezco,
aún les reconozco del todo imprescindibles. Inútil también porque esos que
quedaron abandonados siguen reclamando la vida que les adeudo.
Pero no sólo a ellos se debe este
artículo (tal vez el más personal de cuantos he escrito), sino también a
vosotros, treinta y uno declarados seguidores que habéis continuado releyéndome
y a otros visitantes anónimos que os habéis asomado por aquí. A ninguno puedo
prometeros el mismo ritmo creativo, ni siquiera la mitad del entusiasmo que me
puso en marcha, pero a fe que continuaré improvisando (sin guión); que mejor ha
de ser recapitular que volver a rendirse.
Ahora que ya ha pasado el bache, José Félix Méndez, ¡¡¡adelante!!! No te aflijas más que todos los que amamos la literatura te entendemos, amigo mío.
ResponderEliminarGracias como siempre, amiga.
Eliminar