“¡Fuego!”
Abrió los ojos sobresaltado. El
olor a quemado y los gritos llegaban lejanos desde más allá del patio y el humo
apenas enturbiaba la intensa claridad del cielo. Sin bajar la mirada, respiró
profundo tratando de sacudirse un pánico extraño que no acababa de comprender.
Un vencejo cruzó fulgurante el cuadrado azul y su chillido encontró eco en
infinidad de murmullos familiares de memorias difusas. Una gota de sudor
resbaló hasta su oreja pero mantuvo los ojos al cielo sin bajar la frente, como
sujeto por el mismo obcecado propósito de no obligarse a recordar.
Otro jirón de humo negro se
deslizó sobre los tejados y le pareció que escuchaba el crepitar del bosque
devorado por las llamas. Sonrió despacio, hallando consuelo en el castigo de
otro incendio de verano como los de su infancia.
“¡Soldado!”
Sintió el estómago
revolviéndosele y a duras penas detuvo la nausea que le ascendió por la
garganta.
“Vamos, en marcha”.
Bajó la mirada y reconoció al
oficial que le apremiaba; el que apenas un minuto antes había dado la orden. Al
fondo el montón de cadáveres de aquellos que acababan de fusilar.
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