“Usted, ¿qué sabe hacer?”
El paisano meneó la cabeza con
una sonrisa bobalicona.
“Póngase ahí.”
Le indicó el final de una fila larguísima
y, dócil, fue a colocarse tras el último de los que allí esperaban.
“Psst.”
Se volvió muy despacio con
absoluto desinterés.
“¿Sabes qué pasa?”
El joven que acababa de ponerse
tras él mostraba la misma inquietud que consumía al resto de los que componían
aquella y cada una de las colas.
Al no obtener respuesta se
inclinó hacia adelante forzándole a hacerse a un lado y tocó el hombro del que
les precedía.
“¿Qué les ha dicho?”
Al hombre que les miró con
expresión aturdida la corbata le daba un aspecto casi solemne entre la general
mediocridad de la muchedumbre. El tono impostado de su voz sonó sin embargo
demasiado inseguro al responder:
“Puedo hacer de todo.”
El joven no pudo disimular una
mueca de ansiedad. Volvió su mirada nerviosa hacia quienes seguían dirigiendo al
personal como si considerara la posibilidad de corregir su respuesta, pero
decidió permanecer en la fila que continuaba creciendo por detrás. Insistió, sin embargo, volviendo
a reclamar su atención, esta vez tirándole de la chaqueta y el hombre disimuló
una obvia sonrisa al escucharle.
“Yo les dije que no estaba
seguro.”
Casi al instante atendieron ambos
al paisano que conservaba la sonrisa absurda alternando miradas entre los dos
hombres que le flanqueaban. Había chasqueado la lengua un par de veces y posaba
sus manos en los hombros de los otros dos. En un alarde de mímica extrema
les guiñó un ojo a cada uno y con un histriónico ademán de su cabeza les invitó
a seguirle fuera de allí.
El del traje respondió con un
mohín casi ofendido y de inmediato le dio la espalda, mientras el muchacho
sujetaba la mano que aún descansaba en su hombro. De no haber sido porque en aquel
preciso instante la cola se puso en marcha unos metros por delante, habría
marchado en pos de aquel personaje que se escabulló entre la multitud como un pez minúsculo de la inmensa red que
estaba a punto de arrastrarles.
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