El primer Sábado de Mayo se presentaba con un sol glorioso casi desconocido por aquellos lares y la brisa suave que le envolvió evocaba aromas largamente olvidados. Un escándalo de trinos le asaltó bullicioso y hasta el tráfico tranquilo de Manchester Road le resultó agradable.
Arrebatado por aquel súbito despertar y tal cúmulo de sensaciones, sintió la urgencia de bajar y salir a la calle. Al llegar al segundo piso un impulso jovial le recorrió de abajo a arriba imbuyéndole un gozo indescriptible que le acompañó hasta la acera.
Justo allí, una flor recién brotada resquebrajaba el murito de ladrillo.
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